Tradición y música
Se cuenta que en una antigua iglesia metodista, durante el servicio, a la hora de rezar el credo de los Apóstoles, la congregación se ponía de pie, se daba la vuelta y miraba hacia la parte de atrás de la iglesia, mientras el pueblo lo recitaba. Al terminar, se volvían a dar la vuelta y se sentaban.
Rara tradición, sin duda. Al investigar se descubrió la razón de semejante rito: a principios del siglo XX, la congregación no tenía libros con qué rezar y cantar, así que se colgó un gran cartel con la letra del credo de los Apóstoles, precisamente en la parte trasera de dicha iglesia. Por lo tanto, cuando los creyentes querían rezar el credo, lo habitual era darse la vuelta y leerlo. Cuando, pasado el tiempo, se retiró la pancarta con el credo, la tradición, no obstante, continuó. La gente seguía dándose la vuelta al recitarlo… hasta el día de hoy.
Leí esta historia en un libro (no recuerdo en cuál) hace tiempo. Sin duda me hizo sonreír.
Traigo la historieta a colación de la tan manida discusión que colea en nuestra iglesia sobre las formas musicales, también sobre los instrumentos musicales, que se deben o no deben usar en nuestras celebraciones, eucaristías, hasta en los encuentros, retiros y convivencias. Para algunas personas esto debe ser tan sumamente importante que incluso se plantea la prohibición de ciertos instrumentos y estilos, por considerarlos «poco adecuados» al entorno y la dignidad de la liturgia (sea lo que sea que esto signifique).
Si nos fijamos en la Biblia, encontraremos (para sorpresa de muchos) que los instrumentos que el pueblo israelita utilizaba para alabar y adorar a Dios eran muy diversos, y de toda clase: de viento, de cuerda, de percusión. Para el interesado en profundizar en este aspecto, propongo una batería de citas bíblicas, sin añadirle más comentario, pues la gran mayoría se explican ellas solas: Ap 5, 8; Hab 3, 19; 1 Cro 15, 28-29; Ex 15, 20; Sal 92, 3; Sal 150, 4-5. Se podrían añadir más; basten éstas a modo de ejemplo.
Igualmente, muchos piensan que la música litúrgica ha de ser recogida, pausada, intimista. Y, si miramos de nuevo a la Bilbia, veremos que el sagrado texto nos anima a alabar a Dios con fuerte voz (Ap 5, 12), con voz «como de aguas caudalosas y el retumbar de un gran trueno» (Ap 14, 2), acompañándose de diversos instrumentos (2 Cro 5, 12-13), cantando «con todas sus fuerzas las alabanzas del Señor» (2 Cro 30, 21), con alegría (Sal 95, 1), incluso con «gritos de júbilo» (1 Cro 15, 28)… La palabra de Dios va, incluso, más allá: la alabanza se exprese también saltando de júbilo (1 Cro 15, 29), aplaudiendo (Sal 47, 1), bailando (Ex 15, 20), alzando las manos (Sal 134, 2), etc.
Volviendo al tema de los instrumentos y estilos en nuestras celebraciones, parece que la Palabra de Dios nos está indicando que no está, en modo alguno, justificado que restrinjamos nuestra alabanza y nuestra canción a un determinado instrumento ni a un determinado estilo o forma musical. Ningún instrumento es, a priori, mejor que otro para alabar al Señor; por tanto, no deberíamos restringir la alabanza de la congregación a uno determinado. Lo mismo se puede indicar del estilo y las formas musicales.
Evidentemente cada congregación ha de tener en cuenta sus costumbres y cultura a la hora de expresar su fe mediante el canto. Y si esto es así, en nuestra plural Iglesia Católica, que congrega a tantos pueblos y tantas culturas diferentes, no parece lógico que una norma genérica pueda ser igual de válida para todos los pueblos.
Personalmente no tengo nada en contra de la música más tradicional; sé que tiene su sitio y su momento. Igualmente, creo que no en todo momento sería aceptable (ni oportuno) conectar la guitarra eléctrica para alabar al Señor. Es, por lo tanto, importante que los cantores y directores de música de cada congregación, de cada parroquia, sepan adecuar la música a las personas que celebran la fe.
Vuelvo a la historieta de nuestra pequeña iglesia metodista: lo importante no son las formas, lo importante es el contenido. Lo importante es que los cristianos podamos adorar «en espíritu y verdad» a nuestro Señor, con la música. No nos dejemos arrastrar por tradiciones que, en muchas ocasiones, no tienen contenido. Parece evidente que un cristiano de África se sentirá más cómodo alabando a Dios con tambores que con un órgano. Lo mismo le pasará a un latinoamericano, que preferirá una quena, una zampoña o un charango. Y a los jóvenes quizás les sea más fácil alabar a Dios con su guitarra eléctrica, por qué no.
Y, desde luego, les ayudará más en su oración y alabanza una canción en su idioma y en su tradición que un canto gregoriano en latín.
Sea como sea, hagamos nuestra la oración del Salmo 150 y alabemos al Señor, con todo instrumento; que todo lo que respira lo alabe.