En memoria de Luis María Martínez San Juan
El 1 de enero de este año se cumplió el tercer aniversario del fallecimiento de Luis María Martínez San Juan, misionero paúl que impulsó en mi país el renacimiento de la misión popular. Misionero integral, apasionado de Jesucristo y del anuncio del Evangelio, fue por muchos años director del Equipo de Misiones de la Congregación de la Misión en su provincia de Zaragoza.
Dicen que «de casta le viene al galgo«, y esto era especialmente cierto en el caso de Luis Mari. Es extraordinario que, en una familia de seis hermanos, tres se ordenasen sacerdotes en la Congregación de la Misión y dos eligiesen ser Hijas de la Caridad. Pero lo más extraordinario es la calidad humana y cristiana de todos ellos y cómo Dios se vale del humano barro para hacer cosas grandes.
- Desde el mayor, Jesús, que después de entregar toda su vida como misionero en Filipinas («bueno, mamá… ¡hasta que nos veamos en el cielo!«, así se despidió de su madre de joven, recién ordenado misionero camino a Filipinas) volvió a España y, ya jubilado, siguió trabajando activamente allí donde se lo pidieron, en misiones populares, en las parroquias de Canarias… hoy en día vive en Pamplona, en la casa de misioneros enfermos de la congregación.
- …pasando por Javier, tan cercano, equilibrado y organizador, y un apoyo en mil proyectos, fallecido en 2012.
- …como Mari Ángeles, Hija de la Caridad trabajadora e incansable, luchando siempre por los derechos de los inmigrantes en Barcelona, fallecida el año pasado.
- …y su otra hermana, Maribel, Hija de la Caridad en Madrid.
- …también José, el seglar y «el más santo» (en palabras de sus propios hermanos), agricultor y con su casa siempre abierta para acoger a todos sus familiares y amigos, y a los muchos acompañantes…
Y Luis Mari, apasionado por Jesucristo, siempre dispuesto a patear los pueblos de nuestra geografía que hiciese falta para animar comunidades, reavivar la Fe en parroquias y levantar los espíritus decaídos. Tan listo para dar una charlita, como para payasear bailando y haciendo chistes, o a «perder» el tiempo escuchando a los demás y siendo apoyo en las penas. Un auténtico sacerdote, puente entre los hombres y Dios, un ejemplo del seguimiento a Jesucristo en los pasos de San Vicente de Paúl. Y, además, músico: siempre con el acordeón al lado, para animar cualquier encuentro, componiendo canciones para animar las celebraciones de Fe o los encuentros con niños y jóvenes…
Un fatal accidente doméstico acabó con su vida hace tres años; pero su recuerdo y su ejemplo perdura y nos anima.
«Luis Mari rebosaba alegría y ganas de vivir por los cuatro costados. Su corazón era muy grande, lo mismo que la estatura y cada persona que se acercaba a él encontraba siempre el consejo y la palabra de aliento que necesitaba.
Luis Mari se ha ido pero ha dejado una huella que no desaparecerá nunca».
Por: Paco Gómez. Publicado en el diario “La Verdad”, de Murcia, edición del 2 de febrero de 2015.
Héroes anónimos los hay, y muchos. Testigos del Evangelio que no salen en noticias ni tienen presencia en Internet. Son como la sal que da sabor a nuestras comidas: nadie la ve, pero está ahí y sin ella la comida no sabría igual. Es más: sin ellos, la Iglesia no sería.
Como decían los amigos de Brotes de Olivo en una canción: «Que sea mi vida la sal, que sea mi vida la luz, sal que sala, luz que brilla…«. Y que el testimonio de aquellos que lo son, lo han sido o lo serán, entre luces y sombras, sea para nosotros punto de apoyo y ánimo en las dificultades.
¿Tienes gente así a tu alrededor?… Agradécele a Dios la bendición y, también, a ellos.
Gracias, Luis Mari por haber sido un héroe anónimo y un buen cura. Que Dios te premie todo lo bueno que hiciste.
¡Feliz Pascua, Luis Mari!
(artículo escrito por Javier F. Chento el 04 de enero de 2015, publicado en la revista Anales de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad)
“Somos sacerdotes de los pobres; Dios nos ha escogido para ellos; éste es nuestro oficio principal, y todo lo demás es accesorio solamente.”
“Ofrezcamos a Dios a los demás, olvidémonos de nosotros mismos y nos volveremos a encontrar todos en Él.”
(San Vicente de Paúl, a los misioneros de la Congregación de la Misión)
Hay una hermosa tradición vicenciana, que nos retrotrae hasta el mismo san Vicente de Paúl, y es esa de “hacer memoria” de los seguidores de Jesucristo en la familia vicenciana, que ya partieron al Padre. Recordamos sus virtudes y acciones para que nos animen a continuar con la hermosa tarea de afanarse en el auxilio y evangelización de los pobres, siguiendo la misión que el mismo Jesucristo eligió como principal, por no decir única, y que Vicente de Paúl hizo la vocación de su vida y el carisma de sus seguidores. Y los recordamos no porque fuesen perfectos, sino porque, entre los claroscuros de su vida, se esforzaron en vivir con pasión el Evangelio y el seguimiento a Cristo. Y porque sus virtudes nos ayudaron y nos ayudan a iluminar el camino que recorremos cada uno de nosotros tras las huellas del Resucitado.
Ya habrá quien glose la biografía de Luis Mari. Yo quisiera tan solo ofrecer unas pinceladas, unos detalles personales de mi trato, como si hoy el mismo Vicente de Paúl me preguntase (como lo hiciera a sus hijas de la caridad y misioneros en su tiempo, en ocasiones similares) qué es lo que puedo contar de las virtudes de este misionero.
Luis Mari nació en el seno de una familia ciertamente singular: una familia que vivió enraizada en la fe a un Dios presente en su historia personal y en la Historia humana. No conocí a sus padres, pero sí a sus cinco hermanos. No deja de sorprender que, de los seis hermanos, cinco eligiesen vivir dentro de la Familia Vicenciana como misioneros paúles o hijas de la caridad: Jesús, Javier (✝2012), Luis Mari (✝2015), Maribel y Mari Ángeles. José permaneció en la casa familiar de Arróniz y es (palabras de sus propios hermanos), “el más santo de los seis”. Se diría que el carisma vicentino está inserto en el ADN familiar.
Luis Mari nació el 4 de enero de 1946. Hoy cumpliría 69 años. Muy joven entró en el seminario de los misioneros paúles, congregación a la que ha pertenecido hasta la fecha de su partida… y hasta la eternidad. Y muy pronto, desde el primer día de su ministerio ordenado, se dedicó a los pobres; primero en Albacete, en los barrios y pueblos más depauperados de la provincia y luego, después de un corto periplo por Roma para actualizar sus estudios, dedicado en exclusividad a la misión, a anunciar el evangelio desde las misiones populares en España, con alguna misión también en otros países americanos.
Compartíamos la pasión por la música. Tocaba el piano y aprendió a tocar el acordeón para mejor servir en las misiones. Podría haber hecho una carrera como músico, como profesor, compositor, organizando coros y orquestas. Tuvo “ofertas” en este sentido. Varias veces le oí decir que dejó lo secundario para dedicarse a lo primordial —la misión—, y que ya tendría tiempo de tocar y practicar cuando llegase al cielo (“hasta tocar a dúo con Bach”).
La Misión, pues, fue su ministerio único; el resto de tareas siempre orbitaban alrededor de ella. Cuando he querido, de alguna manera, visualizar esa virtud vicenciana que llamamos “celo apostólico”, siempre me ha venido a la mente la capacidad de Luis Mari de hacer que el anuncio del Evangelio fuese el eje principal de cualquier acción, incluso de las más pequeñas. Un botón de muestra: Luis Mari presidió las bodas de mis dos hermanos, y las bodas de oro de mis padres. En la preparación de las celebraciones, cada aspecto, por insignificante que pareciera, lo preparó para que todos los que participaban en ellas, no sólo la pareja unida en matrimonio, recibieran el anuncio de un Dios que se acerca, que se hace uno de nosotros, que quiere formar parte de nuestra vida. Y que este anuncio llegase al corazón, con la sencillez y espontaneidad de quien sabe que Dios mira precisamente ahí, en el corazón del hombre, y ahí quiere plantar su morada. Y las celebraciones fueron un momento especial para todos, y aunque bastante más largas de duración que lo normal en estos casos, nadie se quejó (¡al contrario!): dejaron una huella imborrable en mi familia y conocidos, de tal manera que hasta los más fríos religiosamente hablando fueron tocados por “ese cura tan cercano y… tan normal”.
Y es que a Luis Mari no le gustaba que le llamasen “sacerdote” o “padre”; él —decía— era cura; esto es, “el que cuida”. Y añadía que sacerdotes somos todos los bautizados y solo un padre merece tal nombre: Dios, que nos congrega y nos hace familia.
Luis Mari fue un radical seguidor de Jesucristo en el carima vicenciano: radical, de raíz, desde las intuiciones primeras de san Vicente que le llevaron a compadecerse (“con-pasión”, sufriendo con ellos) del pobre campesinado francés del siglo XVII y a dedicar su vida entera a su redención corporal y espiritual, y a la de todos los pobres con los que, a lo largo de su vida, se encontró: galeotes, expósitos, mendigos…
Esa pasión por llevar el evangelio a todos se hacía patente en situaciones que, a nivel humano, son difícilmente comprensibles. Así, cuando a mediados de julio de 2012, su hermano (y también misionero paúl) Javier agonizaba en Pamplona, siendo inminente su muerte, Luis Mari se enfrentó a una dura decisión: ese mismo fin de semana tenía lugar el encuentro anual de parroquias misionadas. En la disyuntiva de estar al lado de su hermano en sus últimos días o ir al encuentro, optó por lo segundo: con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta se despidió de su hermano e insistió que su misión estaba con los pobres, anunciando la Buena Noticia a todos; puso por delante la familia de la Fe a la familia de la sangre. Nadie le hubiese objetado y todos habrían comprendido el que se hubiera quedado al lado de su hermano; pero decidió ir al encuentro, en Murcia. El encuentro terminó y solo entonces Luis Mari volvió al lado de su hermano Javier, que moriría apenas unos días después. Algunos dicen que, de alguna manera, Javier hizo el esfuerzo de retrasar su partida y esperar a que Luis Mari volviese de su ocupación.
Han sido muchos años, más de treinta, pateando los pueblos de la geografía peninsular, y también en las Islas Canarias y América. Muchísimas misiones populares que han sido la tarea para la que Dios eligió a Luis Mari, entregado en cuerpo y alma a ellas, y a las gentes de los pueblos y parroquias donde el equipo misionero era invitado a proclamar la Buena Noticia. Él fue el principal artífice de la renovación de las misiones al pueblo en nuestro país, cuando muchos cohermanos cuestionaban su validez u oportunidad, después de los tiempos del Concilio. ¿Acaso era/es España país de misión? Sin dudarlo, respondería Luis Mari.
Muchos detalles más se podrían proponer de la vida y la obra de este gran misionero vicenciano. Y sé que habrá quien también ofrezca su reflexión, en uno u otro momento. Yo daré una última, que me/nos habla de una persona activa, sin duda, pero contemplativa, en ese sentido vicenciano de mantener un trato íntimo con Dios, que nos lance al íntimo trato con el pobre.
“Recibe” es una canción que compuse hace unos 25 años; en infinidad de ocasiones Luis Mari manifestó su cercanía a esa poca letra, y su gusto por rezarla y hacerla suya. Hasta el punto de que, cuando la pedían, no era yo quien la cantaba, sino él. Esta canción es, sin duda, más suya que mía:
Con el alma llena de canciones, con la mente puesta en Ti, Señor de lo creado, Señor del universo: ¿quién hay que sea más grande que Tú?
Recibe mi alabanza como ofrenda en tu presencia, como incienso agradable y de buen olor. Recibe mi cariño, mi amor, toda mi esencia: solo tuyo soy, Señor.
Recibe mi confianza, solo Tú nunca me fallas y esperas que te quiera y me ofreces tu perdón. Recibe mi alegría de tenerte como amigo; y yo tu amigo soy, Señor.
Recibe mi esperanza de poder verte algún día, de mirarte cara a cara y cantarte mi canción. Recíbeme completo, a ti quiero ofrecerme: solo Tú eres mi Dios.
Termino, de la misma manera que a Luis Mari mismo le oí decir en la homilía del funeral de su hermano Javier: “Hermano, ¡feliz Pascua!“. Feliz paso de la vida terrena al abrazo del Padre; feliz ahora que gozas de la presencia del Señor junto a tus padres y tu hermano; feliz porque podrás alabar a Dios toda la eternidad, con la música que pusiste en un segundo plano en tu vida terrena, glorificando al Dios que tanto quisiste y que tan infinitamente te ha querido y te quiere.
Guárdanos sitio, que nos volveremos a encontrar contigo en el seno de Dios.
A continuación, un texto que se leyó en el funeral de Luis Mari, un sentido escrito hecho por los laicos, compañeros de viaje, que participamos tantas veces con Luis Mari en las misiones al pueblo:
Queremos decirte: ¡Gracias! En tu empeño misionero nosotros, los seglares del Equipo, hemos sido los primeros evangelizados. Tú nos has anunciado a Jesucristo encarnado en lo pequeño, a Dios Padre Bueno, al Espíritu que sopla donde quiere y que nos da fuerza, nos anima y nos conduce en la Misión.
Te has preocupado de que tengamos una formación exquisita, porque siempre has dicho que un seglar no es el monaguillo del cura.
Has sido para nosotros un buen samaritano. A veces pagando precios muy altos por cuidarnos.
Nos has ayudado a ser Familia Grande, a no encerrarnos ni en Zaragoza, ni en Murcia, ni en Bilbao, ni en Pamplona, ni en nuestras propias familias de sangre…
Has puesto en nosotros un sentido de familia universal, que sabe salir de su casa para llegar incluso más allá del mar: hasta Honduras, donde hoy también celebran tu Pascua.
Luis, tu opción primera fue la de los pobres y la de la evangelización; y la has mantenido hasta el final, contra viento y marea, con empeño, preocupación y ocupación. Ha sido tu dolor pero también tu gran fuente de alegría.
Porque sí, eres la alegría de la casa. Has sabido acercarte a la realidad de los niños, de los pueblos, de las familias, de los ancianos…
Ha sabido estar, no como un bufón que divierte, sino como un Juglar de Dios que anima la Fiesta de la Vida. Así has sido la imagen viva de Dios encarnado, que anuncia la alegría de la Navidad; nos has hecho cantar “Gloria a Dios en las Alturas” pero con los pies en la tierra, haciendo siempre un buen estudio de la realidad; porque tu gran proyecto es que en cada misión naciera una nueva conciencia social y de servicio a favor de los más pobres y alejados.
Luis Mari tenía un profundo sentido de la esperanza; sabía mirar hacia el futuro. Nos decía que la Misión no era suya; era de Dios. Que él, Luis Mari, pasaría, pero las misiones no. Nos lo decía muy convencido.
Los seglares del Equipo os preguntamos a todos: ¿Se va a quedar en baldío todos sus trabajos por esta Nueva Etapa Misionera?
La voluntad de Dios, el mandato de Jesús de “Id y anunciad a todos los pueblos…”, el espíritu de San Vicente están ahí. ¿Tendremos los vicencianos el arrojo y la valentía de continuar lo que comenzó Luis Mari y de seguir con la tarea que tenemos encomendada en la evangelización de los pobres?
¡Feliz Pascua, Luis Mari!
Qué gran misionero, a mis padres y a mi familia nos trajo una nueva alegría del Evangelio, vivido de modo ejemplar. Seguro que gozan juntos en el cielo los míos y los tuyos. GRACIAS LUIS MARI, por estar ahí. Gracias, Señor, por ponerlo en nuestro camino.