Mejor campos de arroz, maíz y trigo
Leo en el periódico la aprobación en Dublín esta semana de un tratado para prohibir la fabricación de bombas de racimo, que han firmado 111 países. Entre ellos siguen faltando Estados Unidos, Rusia y China.
«Este tipo de arma contiene un dispositivo que, al abrirse, libera un gran número de pequeñas bombas. Estas sub-municiones causan diferentes daños, como perforar vehículos blindados con su carga explosiva o alcanzar y herir a la mayor cantidad de gente posible con sus fragmentos de metralla o comenzar incendios«.
Esta noticia me recuerda otra foto que guardo. Esta foto tampoco es mía. Los créditos son para MAG (Mines Advisory Group, Grupo Asesor de Minas), una organización humanitaria que se dedica a limpiar los restos de los conflictos bélicos en diferentes países, premiada en 1997 con el premio Nobel de la Paz. La foto está tomada en Camboya.
El cartel dice, en inglés y camboyano: «¡Peligro! ¡Minas!«. No obstante vemos a niños pasear y jugar por este «Campo de minas«.
Según Canal Solidario, en 2004, «se calcula que hay más de 110 millones de minas repartidas en más de 64 países (la mayoría en África). Cada año más de 26.000 personas mueren o sufren traumáticas mutilaciones debido a las explosiones de estas semillas del diablo que no distinguen entre combatientes y población civil. Pueden permanecer activas durante más de 50 años después del fin de un conflicto. Frecuentemente no se señalizan las zonas minadas, ya que son lanzadas arbitrariamente desde aviones o desde lanzadoras sin ningún control sobre la zona en que caen. Tampoco se elaboran mapas de minas, cosa que provoca, como ocurrió en Bosnia-Hercegovina, que muchas veces los soldados en plena retirada ante una contraofensiva del contrincante fueran víctimas de las minas que ellos mismos habían colocado previamente«.
«La mina antipersona es uno de los tipos de armamento más desarrollado y fatídicamente certero de las últimas décadas. Su objetivo principal no es matar, sino incapacitar o herir a sus víctimas, especialmente a la población civil. Por este motivo se activan por la presión de un peso muy ligero (muchas de sus víctimas son niños). El tipo de mina antipersona más frecuente es la mina explosiva, que estalla cuando la víctima la pisa directamente, produciendo la amputación del pie o de la pierna y provocando lesiones graves en la otra pierna, genitales, e incluso en los brazos. Las minas direccionales de fragmentación y las minas saltadoras matan o mutilan a la víctima que las acciona e incluso a todas aquellas personas que se encuentran en su letal radio de acción«.
La muerte enterrada
Transcribo un artículo tomado de la página Bottup, fechado en diciembre de 2007:
Cuatro niños camboyanos víctimas de las bombas de racimo y de las minas antipersona han llegado a España de la mano de Greenpeace para denunciar con sus terribles mutilaciones los efectos de estas armas y reclamar al Gobierno español «que dé el máximo respaldo» al Tratado Internacional de prohibición de las bombas de racimo en la reunión que se celebra en Viena esta semana.
El obispo español Kike Figaredo, que lleva 20 años en Camboya y que ha acompañado a estos niños mutilados, ha señalado que «más allá de las cifras, lo que resulta afectado es la vida diaria de numerosas personas. Los gobiernos occidentales, entre ellos el español, no pueden cerrar los ojos y seguir vendiendo armas como si el resultado final no fuera con ellos. No se puede seguir haciendo negocio con la vida de los inocentes«.
Camboya es un claro ejemplo de las repercusiones de este tipo de armas. Estados Unidos lanzó millones de bombas de racimo sobre su territorio entre 1969 y 1973, y aún hoy sigue habiendo muertos y mutilados como consecuencia de los restos que no detonaron.
Según Greenpeace, el 98 por ciento de las víctimas son civiles, ya que hasta un 30 por ciento de las bombas no estallan, quedando esparcidas por campos y aldeas como bombas antipersona durante largos años.
En España, al menos dos empresas, Expal e Instalaza, siguen fabricando bombas de racimo, aunque la «falta de transparencia hace imposible saber dónde las venden«, denuncia la ONG, para añadir que el Ejército español sigue teniendo en sus arsenales este tipo de armamento.
El Tratado de Otawa
Hoy hace diez años que se firmó el Tratado de Otawa por el que se prohibió el uso y la producción de bombas antipersona.
[…]
La ONG Campaña Internacional por la Prohibición de Minas Antipersona (ICBL, sus siglas en inglés) ha considerado que se han dado «avances innegables» porque muchos países firmantes del tratado, 156 hasta hoy, «han demostrado su determinación en desminar su territorio y en educar a los ciudadanos sobre los peligros de las minas ayudando a la recuparación de las víctimas«.
Según sus datos, el uso de este tipo de bombas sigue descendiendo y sólo dos países, Rusia y Birmania, las han utilizado desde mayo del pasado año, además de casi una decena de grupos guerrilleros.
Pese a estos avances, la ONG denuncia que los estados firmantes aún conservan 14 millones de minas a la espera de ser destruidas y que algunos estados «carecen de planes de asistencia eficaces y acordes con los supervivientes«.
Pero la mayor debilidad del Tratado de Otawa radica en la negativa de Estados Unidos, Rusia, China India y Pakistán a estampar su firma, por lo que las ONG solicitan al Gobierno canadiense que reanude su liderazgo mundial contra las minas terrestres e intente una prohibición similar a las de racimo.
Los datos que se manejan sobre esta tipo de armas son impresionantes. Las bombas antipersona causan entre 5.000 y 10.000 víctimas dada año; 50 países conservan 180 millones de ellas en sus arsenales, y 100 millones de artefactos mortales, entre minas terrestres y restos de explosivos, acechan bajo tierra en 99 Estados y 8 territorios.
Y es que desminar resulta complicado, peligroso y caro. Desde la firma del acuerdo, sólo seis países de entre sus miembros han desminado su territorio. Así, en 2006 se recuperaron 450 kilómetros cuadrados en todo el mundo, una sexta parte del área minada en Egipto. Una mina, que vale entre 2 y 20 euros, puede suponer un gasto de hasta 700 euros para encontrarla y desactivarla.
Son también nuestros hijos
A apenas cien metros de mi casa hay un parque de juegos, donde los niños y sus padres y madres van a disfrutar de momentos de tranquilidad y alegría. Hagamos un pequeño ejercicio mental: si, en vez de este parque, nuestros hijos tuvieran que jugar en los campos de minas de Camboya… ¿qué no haríamos nosotros por evitarlo? ¿Qué gobiernos se mantendrían en el poder ante la presión del pueblo? ¿Cuánto duraría un campo de minas sin ser limpiado en nuestro país?
Camboya está lejos. Mas aquellos niños, ¿son acaso peores que nuestros hijos? ¿No merecen el mismo respeto y oportunidades? ¿No son, también, hijos nuestros?