Sacerdocio y Matrimonio
En varias ocasiones he comentado el tema del celibato sacerdotal en este blog. En particular, lo hice más extensamente hace exactamente un año en esta entrada de mi blog. Esta semana vuelve a reabrirse el tema en algunos foros y medios de comunicación a raíz del anuncio de la admisión de bastantes miembros de la Comunión Anglicana a la Iglesia Católica (se habla de medio millón de fieles), conservando la identidad de costumbres y ritos que les vieron nacer. Mi postura ante el tema la manifesté ya en aquella entrada, así que no voy a repetirla acá.
He leído someramente la información y algunas opiniones de uno y otro signo en varias páginas Web y periódicos. Las razones para el retorno son lo de menos en este caso, aunque no son baladíes.
Algunas cuestiones siguen abiertas, como no puede ser de otra manera, y es bueno que se siga reflexionando sobre ellas; es el caso del celibato sacerdotal. Conozco a varios sacerdotes casados, algunos casos cercanos, de los cuales puedo decir que son buenas personas. Mi opinión personal hacia ellos (en los casos en que les conocía antes de casarse) no varió sustancialmente por tomar dicha decisión.
Me duele la agresividad (de mano de algunos artículos de opinión) en contra del Papa y la decisión de mantener en el sacerdocio ministerial a los clérigos casados anglicanos que se incorporan a nuestra Iglesia, a la par que se veta a los numerosos sacerdotes casados que viven en una tierra de nadie. Ciertamente es una situación compleja y muchas historias personales estarán teñidas de dolor y frustración. Pero creo que se pueden decir las cosas con respeto y sin exabruptos, manteniendo las opiniones, fundamentándolas y animando a la reflexión y a la acción.
Cuando, hace tiempo, comentábamos este tema en una charla informal, un sacerdote viejito fue interrogado sobre su opinión sobre el celibato opcional y la postura de la Jerarquía ante él. Con una media sonrisa nos dijo, simplemente, «Roma no se hizo en un día«. Críptico, quizás, pero claro también: los cambios en la Iglesia son lentos, y los que afectan a tradiciones centenarias, más aún. Otro sacerdote, cercano a mí, reitera con cierta frecuencia que «no se morirá sin ver a hombres casados ordenados al sacerdocio ministerial«, refiriéndose a los virii probati de los que hablaba en mi mencionado post de hace un año. Yo suelo contestarle que no le deseo vivir tantos años simplemente esperando el evento…
Yo mantengo lo que ya dije: nada hay en el Evangelio que impida que los sacerdotes (e incluso obispos) se puedan casar (ahí está el caso, por ejemplo de san Pedro, casado); la norma es canónica pero no es artículo de fe. Y, a mi parecer, sería bueno admitir a casados en el sacerdocio ministerial del rito latino. La reflexión sigue abierta.
Añadido 27/10/2009
Incluyo un testimonio que me ha parecido interesante, de un cura casado:
¿Estigmatizados de por vida?
El domingo 13 de enero de 2008 permanecerá siempre en mi memoria. Aquel día celebré la Eucaristía en una escuela de Kampala y, a continuación, me dirigí para hacer lo mismo en un pueblo cercano. Fue mi último servicio pastoral como sacerdote. Tras volar a Madrid esa misma noche, dos días después me encontré en un escenario harto distinto: haciendo cola a las puertas de una oficina del INEM. Atrás quedaban dos décadas de duro trabajo en el norte de Uganda con comunidades rurales desplazadas por la guerra y con niños soldado. Tras 22 felices años de sacerdocio, mi vida tomó otro rumbo. Delante de mí se presentaba un mundo desconocido: papeleos sin fin, despistes y desorientación en mi propio país, búsqueda de trabajo a una edad en la que muchos se prejubilan y los mil retos de ser padre de familia. La primera frustración me golpeó al cabo de dos meses, cuando el INEM me comunicó que no tenía derecho a recibir ningún subsidio de desempleo, ya que mis años de trabajo en África no contaban. Años, por cierto, tampoco cotizados a la Seguridad Social ni remunerados. Empecé desde cero, aunque mis estudios de Periodismo me hicieron tener más suerte que otros a la hora de buscar trabajo. Y mi congregación “los combonianos“ me ayudó hasta que pude conseguir una cierta estabilidad.
Dicen que somos 5.500 sacerdotes secularizados en España. Cada historia es diferente, pero es posible que la experiencia de muchos sea similar a la que acabo de contar. Si las cosas fueran de otra manera en la Iglesia, muchos de los que nos hemos casado estaríamos encantados de poder seguir ejerciendo el ministerio, subsanando así en alguna medida el invierno vocacional que vivimos. Pero tal vez sea mejor ser realistas y admitir que esa posibilidad, hoy por hoy, está cerrada y más vale no enzarzarnos en una discusión que suele acabar en un diálogo de sordos. Más allá de polémicas, creo que se facilitaría bastante el entendimiento si los cinco mil y pico empezáramos por admitir, con humildad, que un día prometimos ser célibes y no lo cumplimos. Despojarnos de la autodefensa y de la tendencia a echar las culpas a otros (tengamos o no razón) puede allanar muchos caminos.
No todos los casos siguen el mismo patrón. Hay quien se tomó la molestia de intentar regularizar su situación, y hay quien se desentendió del tema, entre otras razones porque “hasta hace muy poco“ conseguir la secularización era un farragoso proceso que podía tardar muchos años, durante los cuales el ex cura se quedaba en una situación de limbo. Hoy día las cosas parecen haber cambiado, y desde Roma se agilizan los procedimientos, por lo menos para los casos que parecen irreversibles. Personalmente, en poco más de un año yo recibí mi dispensa, lo que hizo posible que mi mujer y yo pudiéramos celebrar nuestro matrimonio, aunque no pudimos hacerlo en el pueblo de ella, en Uganda, porque “a pesar de tener todos nuestros papeles en regla“ el obispo ordenó al párroco que nos cerrara las puertas.
No me sorprendió demasiado. En apenas año y medio, la experiencia me ha enseñado que en muchos ambientes se nos mira como si lleváramos un estigma. Se nos aconseja que celebremos nuestra boda “sin pompa” y que procuremos vivir alejados de las parroquias donde ejercimos nuestro ministerio. Si uno se permite expresar opiniones sobre la Iglesia consideradas poco ortodoxas (aunque haya obispos que las defiendan), el apelativo de “cura secularizado” se lanza como arma arrojadiza para descalificar al que las sostiene, tachándole de “rebotado” o “resentido”, cuando no de “Judas”. En muchos ámbitos de la Iglesia uno se encuentra con puestos de enseñanza vedados o, por lo menos, con actitudes que te hacen sentir como persona poco grata. Lo viví en mis propias carnes el año pasado, cuando fui despedido de una prestigiosa institución de la Iglesia española tras seis meses de trabajo marcados por sospechas y frases pronunciadas a medias. Habrá de todo, pero por lo que llevo visto, generalmente en instituciones de la vida religiosa la actitud suele ser mucho más comprensiva y flexible, algo muy de agradecer.
Al comienzo del Año Sacerdotal, el cardenal Bertone declaró que este acontecimiento buscaba también “una reanudación del contacto, de la ayuda fraterna y, si es posible, volver a unirse con los sacerdotes que por diferentes motivos han abandonado el ejercicio del ministerio”. Sería muy de agradecer que estas palabras no cayeran en saco roto.
(Fuente: revista Vida Nueva, nº 2678)