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Para Kenia

Para Kenia

Lucrecia Pérez era una emigrante dominicana que fue asesinada en 1992, mientras cenaba con sus compañeros en una discoteca abandonada de Madrid. El racismo, una vez más, se convirtió en violencia irracional que nos estremeció a todos los que vivimos la historia. Kenia, su hija, no entendía (y ¿quién entiende?). Sólo callaba.

La noche oculta en su oscura realidad
los miedos y terrores del mundo.
Parece como si las tinieblas
fueran capaces de disolver la bondad
y la esperanza de los hombres.

Fue en una noche,
quizás entre la bruma y los sueños
producidos por el alcohol y las drogas.
Qué más da.
El odio no necesita explicarse
ni atiende a razones.

Un arma y una idea más o menos deformada
son suficientes para crear el caos
y hacer aflorar los odios.

No naciste en mi tierra, mi bien,
ni tú,
ni tu madre,
ni tu familia,
ni tus compatriotas,
ni 4.000.000.000 de pobres humanos
tuvisteis esta «suerte».

No naciste blanca.
Dios te dio la gracia de una piel bronceada.
Nosotros creamos la desgracia de pensar
que esto es importante.

Una mano anónima cargó
con los temores y rencores
de los que están arriba de la pirámide
y destruyeron la vida
(“No matarás”, gritó Dios)
de tu mamita,
que luchaba por ti y por tu futuro.

Callaste, mi bien,
y sólo hablaron tus ojos.

El día nos estremeció
una vez más
desde los titulares de nuestros periódicos,
como todos los días,
con el más horrible y cotidiano pecado,
con la más absoluta condena
del Mal
hacia nuestra condición divina.

Luego aparecieron las razones,
los motivos,
las explicaciones,
la pena,
el llanto.
Y tus ojos, mi bien,
desentendidos,
llamando a mamá Lucrecia.

Las noticias nos hablaron de tu silencio.
Y muchos callamos contigo.
Nada había que decir, ya.

Mamá se fue.
La obligaron a hacer
prematuramente
el gran viaje
que todos habremos de emprender algún día.

Al igual que aquél
todavía no lejano día
en que hizo la obligada peregrinación
desde Santo Domingo
hasta España.
Por ti, mi bien, y por tu futuro.

La mamá ya no te podrá acariciar,
mi bien.
Pero “seguro“ no faltarán otras manos
y otras voces
que acaricien tu cuerpo
y apacigüen tu alma.

Su martirio
“ojalá“
nos ayudará a abrir los ojos
y el corazón, sobre todo el corazón,
para que la Utopía
se vaya haciendo realidad
en este mundo sediento.

Reza, mi bien,
por tu mamá
y, sobre todo,
por los que aún peregrinamos
entre la violencia y la esperanza.

Sobre el autor

Javier

Graduado en la Universidad Oberta de Catalunya en los títulos de Asistente de Dirección, Gestión Administrativa, Recursos Humanos y Contabilidad Avanzada. Bilíngüe en español e inglés. Su carrera profesional se centra en las Tecnologías de la Información, en las que ofrece una amplia gama de servicios, incluyendo alojamiento, diseño y mantenimiento de páginas web, así como asesoramiento, formación y soluciones informáticas. También se especializa en gestión documental, digitalización de textos y la edición y maquetación de libros, revistas, flyers y otros materiales gráficos. En el ámbito cristiano, es un laico vicenciano, afiliado a la Congregación de la Misión y miembro activo de la Sociedad de San Vicente de Paúl, en la que coordina la Comisión Histórica Internacional y ha publicado varios libros dedicados a su principal fundador, el beato Federico Ozanam. Gestiona y mantiene varias páginas web, incluida la Red de Formación "Somos Vicencianos", de la cual es cofundador. Además, es coordinador de la Comisión Internacional de Comunicaciones de la Familia Vicenciana, colaborando en la difusión de los valores y la misión de esta comunidad. En su faceta musical, ha editado varios discos como músico católico y fue director y cofundador de Trovador, reconocida compañía discográfica católica en España.

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