Óscar Romero: Un Santo del pueblo
Un recuerdo en el 33º aniversario del asesinato de monseñor Óscar Romero, el 24 de marzo de 1980
Creo que fue el 1995 cuando viajé por primera vez a El Salvador invitado por Inés de Viaud, grandísima cristiana y cantora, para tener una serie de conciertos en San Salvador y otras poblaciones, junto con Aurelio Pitino (Italia) y Jhonny Sheridan (Francia).
Una de mis grandes alegrías del viaje fue el poder hablar con el postulador de la causa de beatificación de Romero, que amablemente me acompañó a visitar la casa de Romero y a rezar ante su tumba en la catedral; me regaló uno de los tesoros más preciados que conservo en mi biblioteca: una copia impresa de las obras completas de Romero, una docena larga de tomos.
Quedé impresionado por la sencillez y la austeridad de vida de este gran cristiano.
Su testimonio de vida es faro que ilumina la mía. A dos santos les tengo especial cariño: uno es San Vicente de Paúl y el otro san Romero de América. Vale, los puristas dirán que aún no le canonizaron, pero la voz del pueblo ya lo ha proclamado santo al mártir, y para mí sin duda lo es, porque vivió heroicamente como fiel seguidor de Jesús y murió por ser testigo del Evangelio y defensor de los oprimidos.
Digo yo, que si hubiese muchos más «Romeros» en nuestra Iglesia nos iría mejor. Quizás no seríamos aplaudidos, ni los personajes más populares del momento, pero sin duda alguna seríamos más evangélicos.
Romero ofreció su vida (era muy consciente de que le iban a matar) en sacrificio. Apenas unos días antes de su muerte pronunció una de sus más famosas frases: «Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño». Su sacrificio fue y es, sin duda, germen de vida. Sacrificio entendido etimológicamente, esto es: del latín «sacro» y «facere», hacer sagradas las cosas. Llevar a Dios la realidad para que, desde Dios, se vean transformadas de acuerdo a su Reinado. ¿Acaso hay alguna otra misión para el cristiano?
No somos personas religiosas, «de sacristía». Somos creyentes a los que Dios ha pedido que «vayamos y anunciemos el Reino», que lo construyamos con nuestras manos y nuestro sudor. Nuestro templo es el mundo.
Dice Isaías en el capítulo 58, en voz de Dios:
«El ayuno que yo quiero de ti es éste, dice el Señor: Que rompas las cadenas injustas y levantes los yugos opresores; que liberes a los oprimidos y rompas todos los yugos; que compartas tu pan con el hambriento y abras tu casa al pobre sin techo; que vistas al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano.
Entonces surgirá tu luz como la aurora y cicatrizarán de prisa tus heridas; te abrirá camino la justicia y la gloria del Señor cerrará tu marcha.
Entonces clamarás al Señor y te responderá; lo llamarás y te dirá: «Aquí estoy»”.
Por luchar por romper las cadenas injustas murió Romero. Por buscar un mundo más justo y solidario. Por provocar a los ricos y confortar a los pobres. Cuando vivimos así, Isaías dice que Dios responderá a nuestro clamor y nos dirá: «Aquí estoy». «Aquí«, en nuestra realidad, y «estoy«, contigo, de tu parte.
Pablo en su carta a los Hebreos (capítulo 13), dice:
Hermanos: Ofrezcamos continuamente a Dios, por medio de Jesucristo, el sacrificio de alabanza, es decir el homenaje de los labios que bendicen su nombre.
No se olviden nunca de practicar la generosidad y de compartir con los demás los bienes de ustedes, porque éstos son los sacrificios que agradan a Dios.
El homenaje de alabanza de nuestros labios se hace vida cuando compartimos lo que somos y lo que tenemos: así agradamos a Dios. SIn duda la raíz de todos los males, la raíz de la muerte de Romero, está en el egoísmo que nos convierte en lobos.
Que el ejemplo de Romero nos motive a todos a ser personas entregadas, «sacrificiales», que llevan la vida a Dios y a Dios a la vida.
Termino con un artículo de Xabier Pikaza sobre Romero y algunos enlaces que recomiendo:
San Óscar Romero
Hoy, día 24 de marzo, en el año 1980, en el Hospital de la Divina Providencia de la ciudad de San Salvador, fue asesinado el Obispo Romero, uno de los mayores de la fe cristiana y de la esperanza humana del siglo XX. Fui a verle el año pasado en su tumba, en la cripta de la catedral. Allí está tumbado, como en los sepulcros medievales. Una mujer de pueblo, trabajadora muy pobre, me dijo: No, eso no es Monseñor Romero. Le han hecho muy mal. Él no está muerto ahí, sino que está vivo, de pie, nos está recibiendo ¿No le ve Usted? Hoy, lunes de resurrección, quiero recordarle con Cristo resucitado. Creo que no volveré a su tumba. Él está vivo en el pueblo de El Salvador, él está vivo en todos los que, de un modo o de otro, seamos cristianos o no, recordamos su memoria. Yo la quiero recordar, uniéndole al Cristo resucitado, su amigo y modelo. Gracias, Óscar Romero por haber vivido. Para recordar trayectoria retomo y rehago unas palabras de D. G. Groody, un amigo tuyo de USA, que también allí tienes muchos amigos (Globalization, Spirituality and Justice, Orbis New York 2007).
Sumario y trasfondo histórico.
El Arzobispo Oscar Arnulfo Romero (1917-1880) fue un sacerdote católico, un defensor decidido de los derechos humanos y un icono de la liberación humana, que sufrió martirio a manos de los escuadrones de la muerte de El Salvador el año 1980. En un país donde la riqueza y el poder se encuentran en manos de un puñado de familias y de élites comerciales dominantes, Romero puso su vida al servicio de la reforma social y de la esperanza de crear una sociedad en la que pudiera reflejarse el Reino de Dios en la historia. Al denunciar los abusos contra los derechos humanos y al anunciar el Reino de Dios, él desarrolló un tipo de espiritualidad y expuso una visión de la Iglesia que debía estar comprometida en la dimensión histórica de la liberación, ofreciendo al mismo tiempo el testimonio de la dimensión trascendente de la fe, por encima del desorden de la sociedad.
Experiencia fundante.
Ciertamente, Romero se había preocupado por los pobres a lo largo de toda su vida, pero la Conferencia de Obispos de Medellín, su experiencia del sufrimiento del pueblo en su propio país y su sensibilidad ante las injusticias que ese pueblo sufría, hicieron que se robusteciera su conversión a Cristo y a los pobres. Unas semanas después de haber sido nombrado arzobispo, el 22 de febrero de 1977, uno de sus buenos amigos, que trabajaba mano a mano con los pobres, Rutilio Grande SJ, fue brutalmente asesinado por los escuadrones de la muerte de El Salvador . El asesnato de Grande marcó un impacto significativo en la vida de Romero, aunque Grande no fue el primero de los asesinados. De todas formas, como observa Jon Sobrino, tras este acontecimiento, cayeron las escamas de los ojos de Romero, de manera que pudo ver más claramente las estructuras de imperio, que conducían al sufrimiento injusto de la gente de su país (Sobrino, Jon, Arzobispo Romero. Un Obispo con su Pueblo, Sal Terrae, Santander 1981).
En los meses y años que siguieron a la muerte de Grande, fueron asesinados muchos otros sacerdotes, religiosas y agentes de pastoral. Entre ellos había religiosas como Dorothy Kazel, Ida Ford, Maura Clarke, y trabajadores laicos como Jean Donovan, que fueron asesinados el 2 de diciembre del 1980. Estas muertes tuvieron una gran repercusión pública, pero hubo también muchos catequistas, organizadores de asambleas de trabajo, periodistas, estudiantes, personas vinculadas al servicio médico y más de tres mil campesinos, que eran asesinados cada mes. Ellos deben ser añadidos a la lista de los iconos de justicia, aunque sus muertes hayan sido en gran parte desconocidas, no reconocidas y no publicadas. A través de estos injustamente asesinados, Romero se encontró en el centro de una guerra dirigida en contra de los pobres .
Metáfora central.
La metáfora central que configuró la visión espiritual de Romero y de su sacerdocio fue Cristo crucificado y el pueblo crucificado de El Salvador. Él afirmaba lo siguiente:
Cada vez que miramos a los pobres”¦descubrimos el rostro de Cristo”¦ El rostro de Cristo se encuentra entre los sacos y cestas de los trabajadores del campo; el rostro de Cristo se encuentra en aquellos que son torturados y maltratados en las prisiones; el rostro de Cristo está muriendo de hambre en los niños que no tienen nada que comer; el rostro de Cristo está en los pobres que piden a la Iglesia, con el deseo de que su voz sea escuchada
El Cristo crucificado iluminó la visión de Romero hasta que exhaló su último aliento. El 24 de Marzo de 1980, dentro de la iglesia del Hospital de la Divina Providencia, dispararon sobre Oscar Romero y le mataron mientras celebraba la misa. Imitando a la de Cristo, la misma vida y muerte de Romero fue una expresión sacramental del amor crucificado de Dios hacia el mundo, a favor del pueblo sufriente de El Salvador y de otros muchos, más allá de ese pueblo. Su brutal asesinato seguirá sembrando semillas de esperanza y de vida para todos aquellos que luchan por una mayor justicia social y que profesan la fe en un Dios liberador, cuyo amor no puede ser extinguido ni siquiera por la muerte.
Teología operativa.
El eje principal en torno al cual giró la vida de Romero fue la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. En ésa línea, él creyó que había sido llamado a “sentir con la iglesia”, especialmente en la medida en que ella sufre en el mundo. Romero creía que la misión de la Iglesia consiste en proclamar el Reino de Dios, que es el reino de “la paz y la justicia, de la verdad y el amor, de la gracia y de la santidad”¦ para conseguir un orden político, social y económico que responda al plan de Dios”. (R. Brockman, The Word Remains: A Life of Oscar Romero, Orbis Books, Maryknoll NY 1982, 5).Él predicaba diciendo que el compromiso a favor de este Reino implica una conversión personal y colectiva. Él afirmaba que el Reino de Dios está muy cerca y pedía a los hombres y mujeres que se arrepintieron y abandonaran la violencia, si es que querían entender las buenas noticias del evangelio y salvarse. Romero hablaba en contra de las estructuras que nacen y crecen a través de “la idolatría de la violencia y de un tipo de justicia absolutizada, dentro del sistema capitalista de la propiedad privada, que justifica el poder políticos de los regímenes de seguridad nacional”(cf. Oscar Romero, “ La voz de los sin voz UCA, San Salvador 1980).
En el fondo de estas palabras, él quiso encarnar la conversión que predicaba. Una vez le visitó un funcionario eclesiástico y le hizo saber que sus modestas habitaciones, en el Hospital de la Divina Providencia, no eran “adecuadas”para un arzobispo. Él estuvo de acuerdo y le explicó que, dado que la mayoría de sus fieles vivían en chozas de cartón, sus habitaciones resultaban comparativamente demasiado lujosas. Para Romero, la conversión significaba abrir la propia vida a los pobres, viviendo en solidaridad con ellos, no como alguien superior que les da limosnas, sino como un hermano o hermana que camina en solidaridad con ellos. Él insistía en que “una Iglesia que no se une a los pobres, a fin de hablar desde el lado de los pobres, en contra de las injusticias que se cometen con ellos, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo”. Algunos percibían esa actitud como una deformación de la misión de la iglesia y como una contaminación de la iglesia con la política, pero Romero contestaba.
La iglesia ha de ocuparse de los derechos del pueblo”¦ y de la vida que está en riesgo”¦ La iglesia ha de ocuparse de aquellos que no pueden hablar, de aquellos que sufren, de los torturados, de los silenciados. Esto no implica dedicarse a la política”¦ Seamos claros. Cuando la iglesia predica la justicia social, la igualdad y la dignidad del pueblo, defendiendo a los que sufren y a los que son amenazados, esto no es subversión, esto no es marxismo; ésta es la verdadera enseñaza de la Iglesia .
Él creía que “la fe cristiana no nos separa del mundo, sino que nos introduce en el mundo”.
Aunque Romero se enfrentó de lleno con los desafíos políticos de su tiempo, el no fue simplemente un activista social, sino también un hombre de honda oración y meditación, que le ayudaron a mirar más allá y debajo de la superficie de los acontecimientos, descubriendo las verdades más profundas de la realidad. A menudo, él suspendía las discusiones más intensas y acaloradas con sus consejeros, a fin de orar sobre las decisiones que debían tomar . Romero supo que sin Dios no es posible alcanzar la verdadera liberación. Él fue un testigo de que la justicia debe ocuparse de las dimensiones históricas de este mundo, pero nunca perdió de vista la dimensión trascendente de la liberación. En esa línea, él afirmaba siempre que sin Dios no puede hablarse de liberación. Ciertamente, “sin Dios se pueden alcanzar algunas liberaciones temporales; pero las liberaciones definitivas sólo pueden alcanzarlas los hombres y mujeres de fe”.
Contribución a la justicia.
A lo largo de su vida, Romero intentó que la sociedad no cayera en manos de la pura violencia. Pues bien, después de su muerte, la nación de El Salvador se vio envuelta en una guerra civil en toda regla. Según los cálculos más conservadores, esa guerra llevó a la muerte de más de setenta y cinco mil personas, aunque son muchos los que creen que el número de muertos fue de hecho tres veces más grande. Ante el rostro de una tragedia de dimensiones tan dramáticas, y dentro de una cultura global cada vez más interesada en “tener más”, Romero mantuvo siempre el ideal de “ser más”.
El legado más importante de su vida fue el ofrecimiento de su propia vida a favor del pueblo al que amaba . Romero pensaba que “el mayor testimonio de fe en un Dios de Vida es el testimonio de aquellos que están dispuestos a dar su propia vida”. Poco antes de su muerte, el afirmaba:
El martirio es una gracia que yo creo que no merezco. Pero, si Dios acepta el sacrificio de mi vida, quiero que mi sangre sea semilla de libertad y un signo de que esta esperanza se convertirá pronto en realidad. Que mi muerte, si es aceptada por Dios, esté al servicio de la liberación de mi pueblo y sea un testimonio de esperanza en el futuro .
En ese mismo tiempo, unos días antes de su muerte, Romero insistía en lo siguiente: “Debo decirle que, como cristiano yo no creo en una muerte sin resurrección. Si me matan, yo resucitaré en el pueblo salvadoreño”. La fe Romero en el Dios de la vida, aunque rodeada de amenazas de muerte, ha inspirado a innumerables personas que han luchado a favor de la justicia, incluyendo a Ignacio Ellacuría y a los otros cinco jesuitas y a las dos mujeres que fueron asesinados el 16 de noviembre de 1989. Actualmente el Centro Óscar Romero se encuentra en el lugar donde ellos fueron asesinados.
La aportación de Romero reside también en al carácter ordinario de su vida. Él era un hombre miedoso, cariñoso y con dudas. Su transformación, que le llevó a dejar de ser un hombre de iglesia seguro y conservador, para convertirse en un defensor profético de los pobres, abre un camino de esperanza para todos aquellos que están abiertos a la acción de Dios en su propia vida y que quieren encontrarle en medio de las ambigüedades y complejidades de nuestro mundo contemporáneo e incluso en medio de las incertidumbres de tener que encontrar nuestra ruta de navegación en busca de paz.
Romero fue testigo de la misericordia de Dios en un mundo sin misericordia. Así dijo: “A través de mi vida sólo he sido un poema del amor de Dios y yo he llegado a ser en él lo que él ha querido que fuera”. Manteniéndose en solidaridad con el Cristo del altar y con el Cristo crucificado en los pobres, Romero y otros como él han venido a ser conocidos como unos “entregados”[original en castellano], como personas que no solamente dan su vida por el pueblo, sino que, a través de su testimonio fiel, son una revelación de la vida de aquel a quien, en castellano, se le llama El Salvador.
Enlaces sobre Óscar Romero (en castellano)
- Biografía en Wikipedia
- Biografía en biografiasyvidas.com
- Página sobre Romero en Servicios Koinonía
- Escritos de Óscar Romero en Cervantes Virtual
- Homilías de Óscar Romero
Video: Últimas palabras de Monseñor Romero