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Ciencia y creencias religiosas

Ciencia y creencias religiosas

De vez en cuando surge, bien sea con amigos, conocidos, en las misiones populares (ya hablaré otro día de qué es eso de «Misiones al pueblo») o en otras situaciones, la cuestión de las relaciones entre Ciencia y Fe, su complementareidad o su contraposición. Como soy persona de formación científica (estudié Matemáticas en la universidad), muchas veces las miradas de mis compañeros creyentes se dirigen a mí para saber cuál es mi opinión al respecto.

Lo primero que suelo decir es que, personalmente, no vivo ningún conflicto entre mi fascinación por el conocimiento científico y mi Fe en Dios.

Mis amigos conocen mi gran afición a la lectura; quizás pase días sin tocar la guitarra, pero es raro el día en que no reservo al menos 15 minutos para leer. De hecho, en mis lecturas hay cuatro grandes bloques que se ocupan la mayor parte de mi biblioteca.

Con esto sencillamente quiero decir que valoro enormemente el saber humano en todas sus vertientes, y que pienso que la formación personal es básica para la construcción de la persona; para el cristiano, además, el «saber dar razón de su Fe» se tiene que basar en la reflexión y estudio de los contenidos que dan forma a nuestra manera de ver la vida y, por tanto, de seguir al Resucitado.

Decía que mi Fe no ha sufrido tambaleo alguno por parte de la Ciencia. Curiosamente, el tambaleo principal a mis creencias, que no pasó de una ligera tormentilla, vino de mano de la Filosofía, asignatura que me fascinó en mis estudios de Bachillerato. Friedrich Nietzsche fue el que interpeló, a mis 16 años, algo mis creencias, aunque no pasó de ser eso, una tormenta que deja paso a un día más claro.

Sirva esta somera introducción sobre mi experiencia personal para aclarar que tengo poco o nada de fundamentalista que no se cuestiona su Fe y que niega las bondades de las ramas del saber científico. A mí mismo me asombra leer la negación, por parte de otros cristianos, de realidades científicas casi incuestionables que se dan de frente con una lectura literal de la Biblia.

Un ejemplo: el Creacionismo literalista. Defender la creación en un sentido literal, tal y como el relato bíblico de Génesis 1 y 2 la explica, es caer en un fundamentalismo absurdo. Hay varias ideas básicas que son el mensaje de estos relatos bíblicos:

  • Dios origen de todo lo creado;
  • el Hombre y la Mujer hechos «a semejanza» de Dios;
  • el Hombre y la Mujer, continuadores de la obra de Dios;
  • la misma dignidad de Hombre y Mujer.

Lo de los 7 días es lo que hemos de pasar por alto… ¡como si Dios estuviese atado al tiempo! El lenguaje de la Biblia no es científico. La revelación de Dios, progresiva y hecha con lenguaje humano, se explica de manera que los hombres puedan entender.

Me asombra el leer que, en una reciente encuesta en los Estados Unidos, «se constató que el 44% de los habitantes sigue creyendo que la creación del mundo ocurrió tal cual como lo dice la Biblia. Y muchos, ateniéndose a los detalles de estas narraciones, se escandalizan ante las nuevas teorías sobre el origen del universo, la aparición del hombre y la evolución«. Su actual presidente, George Bush, apoya la enseñanza de creacionismo en la escuela ¡como alternativa científica! Más en concreto, la anti-evolutiva y pseudo-científica teoría del Diseño Inteligente que mezcla, a mi parecer, «churras con merinas«.

Hay un chiste que resume el Diseño Inteligente en los siguientes seis postulados:

  1. Hay estructuras biológicas que no soy capaz de concebir cómo evolucionaron.
  2. Por tanto, no pudieron aparecer por evolución.
  3. Por tanto la evolución no existe.
  4. Por tanto existe un «diseñador» que creó esas estructuras.
  5. Por tanto, ese diseñador es Dios.
  6. Concretamente, mi propio Dios.

Pero como meterse en ese berenjenal me apartaría mucho de la linea argumental principal para este artículo, dejemos este tema para otro momento.

Ciencia y Fe

Digamos, sin profundizar, que el propósito de la Ciencia es «comprender y explicar los fenómenos naturales«, para lo cual se sirve de herramientas que se basan en el Método Científico, definidas ya hace cientos de años: Observación, Inducción, Hipótesis, Experimentación, Antítesis, Tesis.

De paso, diré que la definición más correcta de la Matemática es: la ciencia que estudia las estructuras… ¿quién lo sabía? Estoy seguro que el 99% de nuestros estudiantes bachilleres, no. Y un alto porcentaje de los universitarios, tampoco.

Por otra parte, el objetivo de la Teología (del griego theos, «Dios» y logos, «estudio»), es adentrarnos en el misterio de Dios, de su realidad y de su plan.

Parece, a un primer golpe de vista, que no debiera haber mucho conflicto entre una cosa y otra, que tratan temas distintos.

Mas, en una segunda mirada, sí que podemos comprender que, dentro de los estudios de la Física (de la Ciencia, en general), es lógico preguntarse por la misma esencia de la realidad, del por qué de las cosas y origen, también su fin y su finalidad.

El Infinito

Inevitablemente, cuando se habla de Ciencia y Fe, en algún momento sale el espinoso tema del Infinito. Las teorías científicas en donde se suele nombrar el infinito comprenden el origen del universo, su tamaño y estructura, y también en la esencia misma de la estructura de la materia (lo infinitesimal, lo «muy pequeño»), entre otras.

El infinito es un concepto matemático fascinante. Está presente en prácticamente todas las ramas de las Ciencias Exactas y la iniciación a su estudio aparece ya en los programas de la asignatura de Matemáticas de Bachillerato, por ejemplo cuando se estudian Derivadas e Integrales.

Su sistematización como concepto matemático tiene una curiosa y larga historia detrás. Hay varios libros de divulgación científica que tratan el tema;

  • quizás el más fácil de localizar sea «La historia definitiva del infinito«, de Richard Morris, publicado en España por Ediciones B el año 2000 (un libro más enfocado a la Física que a la Matemática).
  • Otro interesante es «Breve historia del infinito«, escrito por Paolo Zellini y publicado por Ediciones Siruela en el año 2004.
  • Un grandísimo libro (por extensión —casi 1.000 páginas— y por contenido) que trata este tema también es «Gödel, Escher, Bach, un eterno y grácil bucle» de Douglas R. Hofstadter, publicado por Tusquets Editores en 1979, libro que releo cada cierto tiempo y que recomiendo vivamente, aunque no es sencillo.
  • Internet es, por supuesto, una herramienta útil para el estudio de este tema aunque, como en muchas otras ramas del conocimiento, en Internet cohabitan estudios profundos y serios con otras páginas que tratan el tema con demasiada ligereza.

No es el sitio para profundizar en este concepto. No obstante, permitidme que me extienda en algunas consideraciones.

¿Qué es el infinito? ¿El número de granos de arena de una playa, o el de estrellas que vemos en el cielo? Felizmente, ni el uno ni el otro. Aún la cantidad de átomos en el universo es tan poco infinita que da lástima. En realidad, semejante cifra no está más cerca del infinito que otras más modestas como 2, 15 ó 3.089.

¿Y entonces? Para encontrarnos con conjuntos que ningún número pueda contar, debemos recurrir al mundo de las matemáticas. Pero no necesitamos adentrarnos demasiado en él: los números naturales (1, 2, 3, 4, 5…) o los puntos de una recta, son infinitos, terriblemente infinitos. Y cuando uno se enfrenta con conjuntos infinitos, enseguida encuentra que funcionan de manera peculiar, para decirlo suavemente.

El gran matemático David Hilbert ponía como ejemplo un hotel de infinitas habitaciones y un viajero que llega durante una noche de tormenta y ve en la puerta el cartel que dice «completo». En un hotel finito, la temible palabra sumaría en la desesperación […] pero en este caso nuestro viajero pide tranquilamente un cuarto. El conserje no se inmuta (en realidad ni siquiera se sorprende). Levanta el teléfono y da una orden general: que el ocupante de la habitación uno se mude a la habitación dos, el de la habitación dos a la habitación tres, el de la tres a la cuatro y así sucesivamente. Mediante esta sencilla operación, la habitación uno queda vacía, lista para el nuevo huésped; todos los ocupantes del hotel tienen, como antes, una habitación, y el hotel seguirá, también como antes, completo. Ahora supongamos que en vez de llegar un solo viajero, llegaran infinitos. El conserje, esta vez, indicaría al ocupante de la habitación uno, que se mudara a la dos, al de la dos, a la cuatro, al de la tres, a la seis; y otra vez lograría acomodar a la multitud recién venida en las habitaciones impares, que quedarían todas vacía. Y si el dueño del hotel decidiera clausurar la mitad de las habitaciones, no por eso la cantidad de cuartos cambiaría. Sería la misma, y tan infinita como antes.

El particular comportamiento del hotel de Hilbert es apenas una pequeña anomalía que se presenta al operar con el infinito. Hay más.

Fue el matemático Georg Cantor (1845-1918) quien consiguió domesticar al infinito y descubrió una manera rigurosa y precisa de tratarlo. Cantor introdujo los números transfinitos (que se designan con la letra hebrea Aleph א y que son capaces de medir conjuntos infinitos. Así, Aleph cero mide el infinito de los números naturales (1, 2, 3, 4, 5… etc). Pero lo interesante es que, cuando uno quiere medir la cantidad de números pares se encuentra con que también es Aleph cero. ¿Y si agregamos los números enteros negativos? ¡Aleph cero otra vez! ¿Y las fracciones? Pues señor, hay también Aleph cero fracciones. O sea que hay tantos números naturales como números pares, como fracciones (y como habitaciones en el hotel Hilbert). La misma cantidad. Todos ellos son Conjuntos numerables, como se llaman aquellos medidos por Aleph cero, el menor y más hogareño de los infinitos.

Porque los infinitos no son todos iguales. Probablemente sea ésta la más estrepitosa sorpresa de las muchas y muy razonables que salieron de la galera de Georg Cantor. La cantidad de puntos de una recta es mayor que la cantidad de números naturales o fracciones, y el número transfinito que los mide es más grande que Aleph cero: familiarmente se lo llama «c», la Potencia del continuo (nota: el enlace dirige a una explicación sobre la fascinante Hipótesis del continuo y su relación con los problemas indecidibles). Los puntos de una recta, las rectas de un plano, los números irracionales, tienen la potencia del continuo. Si al hotel de Hilbert, que tiene Aleph cero habitaciones, llegaran c viajeros, no habría manera de ubicarlos; aunque el hotel estuviera vacío las habitaciones no alcanzarían. Esta distribución jerárquica de los infinitos, que tanto (y tan comprensiblemente) sorprendió a los colegas de Cantor, no termina con Aleph Cero o c. Existen más infinitos, cada vez más grandes, que excitan la fantasía y el misterio.

Tomado de ¿Qué es el Infinito?

He transcrito casi completo el artículo para dar una visión mínima de lo que se entiende desde la Ciencia y la Matemática por Infinito.

Matemáticamente, como bien decía el escritor, ha sido un concepto relativamente moderno, que ha creado quebraderos de cabeza a los matemáticos, hasta su sistematización por parte de Cantor. Baste indicar, por ejemplo, la siguiente frase del célebre matemático francés, del siglo XIX, Henri Poincare: «¿Es posible razonar sobre objetos que no pueden ser definidos en un número finito de palabras? ¿Es posible aún hablar de ellos y saber que lo que hablamos tiene algún sentido? ¿O por el contrario, deben ser considerados inconcebibles? Para mí, no dudo en considerarlos mera nada«.

Para los interesados en ampliar el estudio del concepto de infinito, recomiendo este breve artículo: «El concepto de infinito«.

¿Por qué me he extendido tanto en el tema del Infinito? Porque es un tema que aparece, inevitablemente, cuando hablamos del conflicto Ciencia-Fe, en temas como el Origen del Universo, la estructura de la materia o en Cosmología.

¿Es el infinito un concepto que aparece en la Física, en la Naturaleza? Más allá de los desarrollos teóricos en Física, que evidentemente se basan en las Matemáticas, en la realidad difícilmente podemos asegurar que en la naturaleza existe el infinito aplicado a alguna realidad física. Podríamos decir, someramente, que en la teoría el infinito se usa y se aplica, pero en la realidad no podemos apuntar a nada que sea, experimentablemente, una manifestación del infinito. Cuando se habla, muy a la ligera, del infinito presente en, por ejemplo, el estudio de los Agujeros negros, habría que hacer notar que se está hablando siempre desde la teoría, sin poder asegurar, desde el método científico, que hay una base experimental que corrobore dicha teoría.

Por ejemplo, la Mecánica Cuántica (otra teoría, por otra parte) nos viene a hablar de la materia y la energía no es eternamente divisible, sino que se ven involucradas cantidades mínimas de energía (quanta). Por lo tanto, lo infinitesimal tendría un límite no infinito.

Nuestro Universo tampoco es infinito. «La ciencia modeliza el universo como un sistema cerrado que contiene energía y materia adscritas al espacio-tiempo y que se rige fundamentalmente por principios causales«. Ni ha existido siempre: las estimaciones actuales hablan de unos 13.700 millones de años de antigüedad.

Universo y Dios

Cuando se habla del origen del Universo instantáneamente sale la expresión Big Bang a la palestra. Curiosamente, fue una teoría postulada en origen por un sacerdote católico, el Padre Georges Lemaître. En Wikipedia leemos: «Técnicamente, se trata del concepto de expansión del universo desde un ‘átomo’ primigenio, donde la expansión de éste se deduce de una colección de soluciones de las ecuaciones de la relatividad general, llamados modelos de Friedmann- Lemaître – Robertson – Walker«.

Es interesante indicar que hablamos de una teoría (evidentemente, ningún observador estaba allí para corroborarla), aunque ampliamente aceptada en el mundo científico. En segundo lugar, la elección de la expresión ‘átomo primigenio’ es, sin duda, una indefinición de por sí. Ya que hablamos de un átomo primigenio… ¿quién creó dicho átomo?

La Física está limitada a la realidad física. Esto, que parece una perogrullada, encierra en sí una importante cuestión filosófica: ¿puede la física explicar la realidad «desde dentro»? ¿Puede la Ciencia explicar la pregunta última: por qué el «ser», y no el «no ser»?

Algunos pensamientos breves

  • El verdadero creyente no desprecia la Ciencia.
    Muy al contrario: la estudia y la vive, maravillado por su riqueza.
  • El verdadero creyente no «siente miedo» ante los avances de la ciencia, ni ve en ellos un peligro que puede hacer tambalear su Fe.
    Muy al contrario, descubre desde la ciencia al Dios Creador de un universo complejo y maravilloso, autónomo, dominado por leyes que el hombre puede estudiar, a veces caótico, siempre fascinante.
  • El verdadero creyente descubre al «Eternamente Otro», al motor de toda la existencia, al que está más allá de espacio y tiempo, y cree, desde el salto de la Fe, que la Causa Primera es Aquél que les dio origen, quizás desde ese átomo primigenio mencionado.
    La Fe supone un salto al vacío. Al final, aunque hagamos razonable y razonemos la Fe, siempre llega un punto en que la disyuntiva se plantea: creer o no creer. Quien elige creer en un acto creador por parte del Ser Supremo, podrá explicar que no realiza un acto irracional; mas el hecho de acoger a Dios es un acto de voluntad que va más allá de las demostraciones. Por supuesto, esto no quiere decir que vaya en contra de la razón.

Ojalá sigamos profundizando en el conocimiento del Universo, su estructura y todo lo que él contiene. Y que lo hagamos sin miedo. Para el creyente, las huellas de Dios están presentes ahí.

Epílogo

Termino este articulo con algunas aportaciones y reflexiones que me parecen interesantes. Y que la reflexión siga, sin miedos.

Estoy razonablemente seguro de que habrá una teoría definitiva gracias a la cual podrán explicarse todas las irregularidades de la naturaleza, pero también estoy razonablemente seguro de que dejará un misterio sin resolver: ¿Por qué la teoría no es algo diferente, por ejemplo, que no hay absolutamente nada, o bien sólo dos partículas girando eternamente en órbita una en torno a otra? Lo más que podemos pretender descubrir es una teoría lógicamente frágil, en el sentido de que cualquier cambio que experimente acarree contradicciones lógicas.

En un nivel más prosaico, hay límites de la ciencia que no son tan radicales, pero que probablemente no seremos capaces en lo práctico de superar. Por ejemplo, es muy posible que la teoría definitiva sea algo así como la teoría de las cuerdas, pero no consigo imaginar cómo podríamos producir directamente estructuras que son diez elevado a 17 veces menores que las descubiertas en el laboratorio hasta ahora. Asimismo, hay una categoría importante de teorías cosmológicas según las cuales nuestro Big Bang es uno de los muchos que se producen a lo largo y a lo ancho del universo, aunque en principio nunca podremos observar los demás. En ambos casos la teoría será válida si sus previsiones sobre los fenómenos que podemos observar son correctas.

Al igual que en la religión, cualesquiera que sean las razones que invoque, siempre surgirá el porqué: ¿Por qué tiene que haber divinidades con determinadas características? En realidad, cuanto mayores son los conocimientos de física que uno adquiere, menos entiende cuál puede ser la finalidad.

Steven Weinberg: Hacia una teoría definitiva, Profesor de Física de la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos; Premio Nobel de Física (1979).

La cosmología puede darnos explicaciones hipotéticas que realmente vale la pena tomar en serio. Pero, de momento, la ciencia no puede confirmarnos que esas versiones sean correctas. Se intenta explicarnos cómo nació el universo, con las leyes de la física como trasfondo, pero cabe preguntarse por qué hay leyes de la física, y por qué deben aplicarse a algo.

Imaginemos una situación de vacío total. ¿Qué elemento en tal situación podría haber desencadenado la creación del universo? Reconozcamos para empezar que una situación de vacío total sería imposible, porque se darían numerosos hechos de todo tipo, por ejemplo que 2+2=4. No me parece que estos hechos puedan descartarse así, con sólo privar de existencia al universo, porque son hechos que suponen posibilidades y que persisten pase lo que pase. También habría fenómenos éticos: por ejemplo, sería un hecho que en cierto modo el vacío resultaría negativo puesto que en su lugar podría haber algo realmente bueno, un cosmos maravilloso.

Si Platón tenía razón al pensar que el valor en sí actúa creativamente, el cosmos tendría que ser entonces el mejor posible. Se compondría de un número infinito de mentes, conocedoras cada una de todo lo que vale la pena saber: mentes que podríamos calificar de divinas. La estructura del universo no sería más que una de las cosas dignas de conocerse, y todos nosotros existiríamos dentro de una de estas mentes divinas. Se trata de una visión panteísta, según la cual la estructura del cosmos es lisa y llanamente la estructura del pensamiento divino.

John Leslie: En la mente de Dios. Catedrático emérito de Filosofía, Universidad de Guelph, Canadá; autor de Universes (Routledge, 1996)

Los científicos se sienten muy tentados a confundir los límites de la racionalidad con los límites del método científico o, dicho de manera más pintoresca, de identificar los límites del método con los límites del universo. Esta tentación es tan fuerte porque el método científico es la forma más sencilla de racionalidad y puede distinguir con eficacia una información científicamente válida de otra que no lo es. La naturaleza del Big Bang es un problema exclusivamente científico. “Explicarlo” como un resultado de la acción de Dios equivale a atribuir el trueno al mal humor de Zeus. Pienso que la cuestión realmente importante es otra, a saber, ¿de dónde vienen las leyes de la física?

Actualmente hay dos maneras de responder a esta pregunta. Una es mostrar que en un nivel fundamental reina la anarquía más completa y que las leyes de la física son sólo la consecuencia de procesos circunstanciales puramente fortuitos. La otra es imaginar el conjunto de todos los universos posibles, cada uno de ellos regido por leyes físicas diferentes. Resulta entonces que vivimos en un universo sumamente ordenado, porque en todos los demás la vida de seres como nosotros no existe. Pero ¿pueden esas probabilidades ofrecer una explicación definitiva? ¿Por qué el universo “o el conjunto de todos los universos“ tiene esta propiedad de la probabilidad? Creo que en este punto tocamos los verdaderos límites de nuestro entendimiento del universo.
La única manera de librarse de estas preguntas es no formularlas. Pero eso iría en contra de un criterio de racionalidad crítica: uno no ha de cejar en su búsqueda de nuevos argumentos siempre que quede algo que argumentar.

Michael Heller: Los límites del saber científico. Profesor de la Facultad de Filosofía de la Academia Pontificia de Teología de Cracovia, Polonia.

La ciencia no puede decirnos por qué y para qué, y en cierto modo la ciencia se limita a los detalles técnicos de cómo funciona el mundo. Pienso que no hay problema en afirmar que Dios estaba al comienzo, que Dios echó a rodar el mundo y dictó la reglas que lo rigen. Ahora bien, por lo que respecta a la intervención de Dios en la historia del universo, es algo en lo que creo, pero que no puedo entender plenamente.

Mi religión (judaísmo ortodoxo) no influye en mi trabajo como astrónomo, pero me permite apreciar al Creador y la belleza del mundo. En un curso que he estado dando sobre las estrellas binarias hay una fórmula matemática que describe perfectamente el movimiento de las estrellas. Para mí es un milagro que la mente humana pueda encontrar instrumentos matemáticos tan hermosos para explicar el movimiento del mundo; me parece uno de los milagros del mundo creado por Dios.

Como en el capítulo primero del Génesis, hay que distinguir entre lo esencial y los detalles. Lo esencial es el mensaje teológico: hay un Dios único. Cuando se escribió la Biblia, esto era una revolución total. El autor del Génesis tenía que transmitir el mensaje en términos cosmológicos, y escogió la cosmología de la época. No podía mencionar el Big Bang, la velocidad de la luz o los átomos. En cambio, se expresó de manera comprensible para la gente de su tiempo.

Tsevi Mazeh: La belleza del mundo, Profesor de Astronomía de la Universidad de Tel Aviv, Israel.

Un punto esencial es entender la armonía del universo: ¿cómo fue posible que los parámetros reguladores de las partículas elementales y sus interacciones estuviesen sincronizados y equilibrados de tal modo que haya surgido un universo tan variado y complejo? La probabilidad de que un universo creado con parámetros elegidos al azar contenga estrellas es de una entre 10229.

El universo es improbable, y es improbable en el sentido de que tiene una estructura mucho más compleja de lo que habría sido si sus leyes y condiciones iniciales se hubieran elegido de forma más arbitraria. Buscamos entonces algún tipo de explicación que pueda comprobarse, que pueda refutarse, y que se base en alguna hipótesis sobre los fenómenos naturales. En términos generales, la biología y la selección natural son los ejemplos más satisfactorios de una teoría que aborda tales aspectos.

Tratándose del universo, esto nos lleva a la hipótesis de una selección cosmológica natural: dicho de otro modo, que nuestras partículas elementales son tal y como las observamos porque gracias a ellas la producción de agujeros negros y, por ende, la de nuevos “universos”, es mucho más probable.

De ser cierto que el Big Bang no fue el comienzo del principio sino un episodio procedente de otra parte del universo, como un agujero negro o alguna otra cosa con una estructura previa, es entonces muy posible que las observaciones efectuadas durante los próximos decenios nos resulten útiles “al igual que el estudio de las ondas en el agua permite determinar la forma de la piedra que las ha provocado.

Lee Smolin: La evolución cosmológica, Profesor de Física de la Universidad del Estado de Pennsylvania, autor de The Life of the Cosmos (Oxford University Press, 1997).

Por su naturaleza, la ciencia sólo puede ocuparse de un nivel de la existencia, la existencia física. La ciencia se basa también en el estudio de lo que pasa en el tiempo y en el espacio. Por consiguiente, el científico se acerca al principio, pero no puede llegar al comienzo propiamente dicho pues éste se encuentra más allá de la existencia material y de las dimensiones espacial y temporal. En cambio, la mayor parte de las religiones ””con excepciones, como el confucianismo”” se han ocupado del origen del universo.

Los que, como yo, aceptan el punto de vista religioso, tienen mucho que decir sobre los orígenes del universo. Creemos que la realidad que lo generó nos entregó también una revelación para explicar su origen. En el Islam, esta revelación procede en primer lugar del Corán, que describe la creación del universo como resultante de la palabra de Dios, citada en el conocido versículo del capítulo 36 en el que Dios afirma “Que sea, y fue.”

Hasta el siglo XVII, de Oriente a Occidente, la finalidad de la ciencia fue estudiar las huellas de la sabiduría de Dios en Su creación. Pero la filosofía cartesiana que sirve de fundamento a la revolución científica estableció una división entre el sujeto que conoce y el objeto conocido: la ciencia moderna estimó que su meta era el estudio de la mera cantidad, y descartó todos los aspectos cualitativos de la naturaleza “todos sus elementos espirituales.

Cada diez años surgen nuevas teorías y opiniones cosmológicas. Pero no me parece que ellas nos permitan progresar realmente en el conocimiento de la estructura última del universo, pues son muchas las incógnitas que quedan por resolver.

Seyyed Hossein Nasr: Que sea, y fue, Catedrático de Estudios Islámicos de la Universidad George Washington

Sobre el autor

Javier

Laico vicenciano, afiliado a la Congregación de la Misión y miembro de la Sociedad de San Vicente de Paúl. Gestiona y mantiene varias páginas web cristianas y vicencianas, incluida la Red de Formación "Somos Vicencianos", de la que es cofundador. Es también coordinador de la Comisión de Comunicaciones Internacional de la Familia Vicenciana. Como músico católico, ha editado varios discos. Es director y cofundador de Trovador, una reconocida compañía discográfica católica de España. Graduado en la Universidad Oberta de Catalunya con cuatro grados (Asistente de dirección, Gestión Administrativa, Recursos Humanos y Contabilidad Avanzada). Bilíngüe Español/Inglés. Trabaja en las Tecnologías de la Información, ofreciendo servicios de alojamiento, diseño y mantenimiento Web, así como asesoramiento, formación y soluciones informáticas, gestión documental y digitalización de textos, edición y maquetación de libros, revistas, flyers, etc.

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