La Iglesia no debe tener poder ni poseer riquezas
A menos de cuatro semanas del Cónclave que elegirá al nuevo Papa, los periódicos de uno u otro signo se hacen eco de opiniones e informaciones, más o menos fidelignas, de los movimientos que se producen en la Curia, además de los ya habituales pronósticos cuasi-quinielísticos de quién será el próximo sucesor de la sede petrina.
Un servidor, a quien poco le afecta en su día a día lo que viene de Roma, hace tiempo que dejó de mostrar demasiado interés vaticanista, pues la iglesia de base —entendida ésta como la cercana, la familiar, la del día a día— es la que más me importa. No quiere decir esto que lo que allá pase me la traiga al pairo, fundamentalmente porque hay un sentimiento generalizado de que algunas de las estructuras actuales no son adecuadas y esto, como una de las críticas fuertes hacia la Iglesia católica, surge en muchos de los ambientes en los que me toca vivir. E intentar dar una respuesta a este tema suele ser complejo y casi en posición defensiva, cosa que me desagrada.
Hay una frase que refleja mi sentir en este tema: «la Iglesia no debe tener poder ni poseer riquezas». Luego de decirla hay que explicarla, a qué se refiere eso del «poder» y de las «riquezas», pero básicamente la entendemos todos. La frase no proviene de ningún comunista, ateo o laicista, ni siquiera de un teólogo de la liberación. La frase proviene de un tal Albino Luciani, papa Juan Pablo I, que tan solo se sentó en la silla de Pedro 33 días y cuya muerte, poco aclarada, cercenó, quizás, una época más aperturista y transparente para la Iglesia. Hay quien dice que el «Papa de la sonrisa» murió de pena, hay quien dice que «le murieron». Quede eso para la historia y los historiadores. Yo me quedo con su sonrisa y su talante, que demostró en detalles pequeños (y no tanto), como el suprimir de su discurso el «Nos» para decir, secillamente, «yo», o su rechazo a los boatos de la coronación papal.
35 años después de Luciani, la Iglesia espera la elección del nuevo Papa. Y, ¿qué diré de quien vaya a serlo? Como a veces decía san Vicente de Paúl: «¡Oh Dios!… ¿Me atreveré?…». Pues diría algunas cosas sencillas:
- Me gustaría que el próximo Papa fuera americano, africano o asiático. Hace muchos años que el número de fieles de la Iglesia católica no tiene su mayoría —ni de cerca— en Europa. Justo es que esto se refleje también en el Vaticano.
- Me gustaría un Papa que promueva con claridad el espíritu del Vaticano II y, por qué no, convoque un Concilio Vaticano III. ¡Temas hay para que este nuevo Concilio sea oportuno e, incluso, necesario!
- Me gustaría un Papa que centre la mirada de la Iglesia en el anuncio del Evangelio y en la liberación de los pobres. Que podamos decir, con Jesús, claramente y sin rodeos, que esa es la única misión de la Iglesia, la misión del mismo Jesucristo (Lucas 4, 16); que eso es trabajar por completar el Reino de Dios.
- Me gustarían muchas cosas más, pero por no hacerlo muy largo, me gustaría un Papa que tuviese el coraje de reformar de raíz el Estado Vaticano.
Diré finalmente, como dijo Jesús en Getsemaní: «que se haga Tu voluntad». Me uniré a millones de creyentes para pedirle a Dios que sea su Espíritu el que guíe nuestro eclesial caminar y, en definitiva, que no seamos (los creyentes) obstáculo, muro, piedras en el camino en el plan de Dios para la humanidad.
Me quedo con el último párrafo aunque bien sé que el Espíritu de Dios actúa por mano humana. En este sentido, sería bueno «cortar» algunas manos que más que manos son zarpas ansiosas de caer sobre la víctima. ¿Papa, Roma, Vaticano…? ¡Hace tiempo que lo dejé de lado…! Me basta con el compañero (autoridad o no) más cercano! ¡Me basta con la copa del hombre vulgar que trabaja de sol a sol!… ¡Me basta con ser un medianejo ejemplo de persona coherente en el medio que me toca vivir!…
Mil gracias, Javier, por tu «La Iglesia no debe tener poder ni poseer riquezas». Me gusta mucho, pues expresas clara y sencillamente los mismos sentimientos que abrigo. Considero además lo que dices como una explicación de la sonrisa, del aspecto, atrayente de Juan Pablo I. Me siento ahora bien animado a ser hoy—como se reza en las preces de los laudes del día de hoy—alegría para los que sufren y a servir al Señor en los necesitados. Otra cosita, ¿estaría yo equivocado si tomase: “¡Oh Dios!… ¿Me atreveré?…” por una manera suave de tu parte de hacer corrección fraterna requerida por la caridad?
Chento, acepto para mí los cuatro «me gustaría». Por eso me interesa todo lo que sucede en la Curia Vaticana, porque de ahí nos viene el que sigamos animados en anunciar el Reino de Dios (una sociedad en justicia, amor y paz) o busquemos poder, influencia, autosuficiencia de nuestro «credo actual» o que desanimados caigamos en la rutina. Según sea el nuevo Papa, puede repercutir, y mucho, en la sicología y en la vida espiritual del «día al día» de los que creemos en la Iglesia que fundó Jesucristo. Un abrazo.