Derechos Humanos: 60 años después
Hoy se cumplen los 60 años de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Os invito a leer este artículo que apareció hace unos días en la revista Alandar.
Predicar con el ejemplo
Por J. Ignacio Igartua
El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas, reunida en un recién estrenado Palais de Chaillot, en París, aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Se cumplen pues ahora 60 años de un acontecimiento histórico y pilar jurídico de las legislaciones del siglo XX, que pretendía acabar con la injusticia y la desigualdad que en aquellos momentos campeaban por un planeta que apenas había comenzado a recuperarse de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, con el holocausto, el bombardeo nuclear sobre Japón y los millones de personas muertas en el campo de batalla y en los núcleos urbanos.
Después de infinitas horas de deliberaciones y de más de 1.400 votaciones para aprobar prácticamente palabra por palabra, la Comisión de Derechos Humanos, constituida en 1946, exponía un texto compuesto por un preámbulo “con siete considerandos- y 30 artículos, que consagraba que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos.
Bajo la presidencia de la estadounidense Eleanor Roosevelt, activista en favor de los derechos humanos y viuda del que fuera presidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt, la Comisión estaba compuesta por el francés René Cassin, luego Premio Nobel de la Paz en 1964 y redactor final de la Declaración; el libanés Charles Malik; el chino Peng Chun Chang; el chileno Hernán Santa Cruz; los soviéticos, en períodos distintos, Alexandre Bogomolov y Alexei Pavlov; los británicos, igualmente en sesiones diferentes, lord Dukeston y Geoffrey Wilson; el australiano William Hodgson, actuando como secretario el canadiense John Humphrey, cuyas aportaciones fueron reconocidas por todos los participantes, que quisieron expresar de forma clara los derechos individuales y las libertades de todos.
Han pasado seis décadas desde la aprobación de lo que muchos consideran la «carta magna de la humanidad» y aunque se ha avanzado en bastantes temas nos queda la sensación de que quedan pendientes demasiadas cosas como para no seguir pensando que todavía estamos más cerca de la utopía que de la realidad. Y es que igual aún no somos conscientes de que al hablar de los derechos humanos tenemos que hacerlo de esclavitud, de ejecuciones, de impunidad, de hambre, de minorías, de migrantes, de tortura, de terrorismo, de pueblos indígenas, de desapariciones forzosas, de independencia de abogados, de libertad de religión o creencias, de racismo, de conflictos armados, de violencia de género, de la mujer, de analfabetismo, de globalización”¦ Cuando uno se plantea todos estos temas y hace un repaso por la realidad mundial que vivimos en estos primeros años del siglo XX es consciente de que para millones de personas los derechos humanos son papel mojado. Y no sólo en lo que llamamos mundo en desarrollo, sino también en lo que denominamos primer mundo, en el que se concentra el poder económico y político.
En las democracias se producen también innumerables transgresiones, porque en ellas se está produciendo un proceso de deterioro de las libertades en nombre de una seguridad que se considera amenazada desde los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. Sin querer restar importancia a la seguridad no se puede tirar por la borda todo lo conseguido y que la sociedad se vaya acostumbrando a las violaciones de los derechos humanos, tanto en nuestro contexto como en otras latitudes. Ha sido la excusa perfecta para que la legislación internacional se convierta también en papel mojado. Sólo hay que recordar la invasión de Irak, Afganistán, Gaza, Darfur, Zimbabwe”¦
Falta de visión conjunta
Una cosa está clara y es la falta de una visión conjunta entre los líderes mundiales para hacer frente a los retos en materia de derechos humanos. Las varas de medir son tan distintas para unos y para otros. Mientras se condena a un gobierno, a un país, otros son reiteradamente apoyados por las grandes potencias con el viejo justificante de que es “una aliado imprescindible”. Por ejemplo Pakistán. El Informe de 2008 de Amnistía Internacional (AI) señala que “la injusticia, la desigualdad y la impunidad son hoy las marcas distintivas de nuestro mundo. Los gobiernos tienen que actuar ya para acabar con el abismo que separa lo que se dice de lo que se hace”. Y recuerda que en al menos 81 países todavía se practica la tortura o los malos tratos a las personas, que al menos en 54 se celebran juicios sin las garantías debidas y que en al menos otros 77 no se permite a sus ciudadanos hablar con libertad. La secretaria de AI, Irene Khan, ha manifestado que “los gobiernos tienen que demostrar ya el grado de amplitud de miras, coraje y compromiso que hace 60 años llevó a las Naciones Unidas a adoptar la Declaración Universal de los Derechos Humanos” y señala directamente a las democracias occidentales cuando señala que “son los más poderosos quienes tienen que predicar con el ejemplo”.
La citada ONG recuerda a China que tiene que cumplir las promesas en materia de derechos humanos que formuló en torno a los Juegos Olímpicos, permitir la libertad de expresión y de prensa, así como acabar con la práctica de «reeducación por el trabajo». A los Estados Unidos le exige el cierre de Guantánamo y demás centros secretos de detención, juzgar a los detenidos en procesos justos o ponerlos en libertad, y rechazar, sin sombra de duda, el uso de la tortura y los malos tratos. En cuanto a Rusia, tiene que mostrar mayor tolerancia hacia la disidencia política y tolerancia cero para la impunidad por los abusos contra los derechos humanos en Chechenia. Por su parte, la Unión Europea tiene que investigar la complicidad de sus estados miembros en las «entregas extraordinarias» de personas sospechosas de terrorismo y aplicar a sus propios miembros los mismos baremos en materia de derechos humanos que fija para terceros países.
Hablando de los poderosos quizá conviene hacer una cierta reflexión sobre esa gran «jaula» que hemos construido, denominada globalización, en la que no nos extraña el totalitarismo financiero, la deshumanización de la política, el libre mercado, que se ha convertido en una inagotable fuente de injusticia. Normalmente se exigen los derechos humanos a países que quebrantan los derechos civiles o políticos, pero no tanto a los que no aseguran los derechos económicos, sociales o culturales.
No solemos hablar de países que violan los derechos humanos cuando sus gobiernos no aseguran la salud, el alimento, el agua, la educación o la vivienda. Pocas veces somos conscientes de que en las sociedades desarrolladas «practicamos» más los derechos de los ciudadanos que del hombre. En muchas ocasiones los extranjeros no tienen los mismos derechos que los nacionales y cuando se trata de equipararlos no son pocos los que ponen el grito en el cielo y manifiestan aquello de que “a mi me lo quitan para dárselo a”¦”.
Es oportuno recordar también ahora como la Declaración Universal se incumple con buena parte de la mitad de la población mundial: las mujeres. Resulta impresionante saber que la mitad del mundo sigue estando oprimida, cuando juega un papel clave para el desarrollo y la educación. La discriminación se da en muchos países en el quehacer diario, pero en al menos 23, según Amnistía Internacional, hay leyes que las discriminan específicamente. Las mujeres y las niñas sufren la violencia tanto en tiempos de guerra como de paz a manos del Estado, de la comunidad y de la familia. Son golpeadas, mutiladas, violadas y asesinadas con total impunidad y no tienen igualdad en el acceso a la educación, la formación y el empleo, lo que genera un círculo de marginación y pobreza.
Derechos emergentes
Precisamente el hambre y la malnutrición son vistos todavía como cuestiones humanitarias o de políticas macroeconómicas y no como violaciones de derechos humanos. No son pocas las organizaciones de la sociedad civil que desde hace algún tiempo está inmersas en un trabajo de concienciación para que la paz, el desarrollo y el medio ambiente sean reconocidos como derechos humanos.
El pasado mes de junio, el Foro Mundial de Redes de la Sociedad Civil “UBUNTU- hizo público un manifiesto en este sentido, fue una especie de «grito» lanzado al mundo ante la gravedad y la amplitud de los retos que tiene planteados la humanidad. En el mismo se pone de manifiesto que sin la paz es difícil satisfacer el resto de los derechos humanos. Aboga por el desarme mundial, controlado por las Naciones Unidas, considerando éste como otro derecho universal, denunciando además “los ignominiosos beneficios de la colosal maquinaria bélica industrial, propiciando una economía de guerra”.
Asimismo, pone de manifiesto que el 50% de la población mundial vive bajo el umbral de la pobreza y alrededor de 60.000 mueren cada día a causa de ésta. Por ello considera que el Derecho a una alimentación adecuada, al agua potable y a la satisfacción de las necesidades básicas, incluidas las infraestructuras, “se plantean como con la urgencia global de lo moralmente inaplazable”. Recuerda que el Derecho al desarrollo se halla implícitamente reconocido en el Pacto internacional de Derechos Económico, Sociales y Culturales, aprobado por la ONU en 1966.
Por último, el manifiesto se refiere a la urgente e inaplazable necesidad de acabar con la destrucción del medio ambiente que el modelo económico actual viene produciendo de forma especialmente acelerada, de manera que “la vida en general y la vida humana en particular podrían llegar a tener que habitar la tierra en condiciones progresivamente más difíciles”. En los próximos 40 años podría haber entre 100 y 200 millones de refugiados climáticos, ya que éste impacta en las zonas más pobres, destruyendo los hábitat. De aquí la reivindicación del Derecho Humano al medio ambiente. Para en Foro UBUNTU, “el gran desafío consiste en desligar de una vez por todas la idea de desarrollo humano sostenible de la idea del crecimiento económico como incremento de la producción y del consumo. Tal como establecieron las Cumbres de Río y de Johannesburgo: las actuales tendencias de producción y consumo son insostenibles”.
Sin ahondar más, es fácil deducir que el panorama no es todo lo claro que nos gustaría, pero no por ello debemos dejar de reconocer que se han conseguido logros importantes y, sobre todo, saber que hay miles de personas que siguen trabajando por conseguir un mundo en el que cada día haya más libertad y más igualdad. Es verdad que muchas a cambio de su propia vida.
Un gusto tener una organización tan respetable como Human Rights, espero que sepan seguir protegiendo los DD HH… Como tambien espero que a los grupos violentos sean juzgados por más de 40 años de violaciones al estos derechos…