
La vida espiritual de un músico cristiano

Transcribo un artículo de origen anónimo que encontré, hace ya tiempo, en un foro de Internet.
«Quien ha aprendido a amar la Vida Nueva sabe cantar el cántico nuevo. De manera que el cántico nuevo nos hace pensar en la Vida Nueva. Hombre nuevo, cántico nuevo, testamento nuevo… todo pertenece al mismo y único Reino» (San Agustín).
El cristiano que busca sinceramente conocer el lugar que la música debe ocupar en su propia vida, tiene en la Palabra de Dios una norma general que se puede aplicar a cualquier ámbito de su existencia: «Hacedlo todo para la Gloria de Dios» (1ª Cor 10, 31). Quien haya aceptado a Jesús como su Señor y Salvador ya no es autónomo para fijarse su propia ley, ya que ahora está «bajo la ley de Cristo Jesús» (1ª Cor 9, 21). Y Jesús buscaba siempre lo que era agradable a Dios y servía para darle mayor Gloria (Jn 7, 18 ; 8, 29 ; 8, 49 ; 17, 4).
«Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo» (Rom 14, 7). «Cristo murió para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos» (2ª Cor 5, 15), «para que en todo sea glorificado Dios por medio de Jesucristo» (1 Pe 4, 11). Si hemos nacido de nuevo, del agua y del Espíritu, desearemos hacer todas las cosas -también la música- para la Gloria de Dios. Todas mis cosas están bajo la mirada de mi Padre; soy su hijo y vivo en función a Él. La música que aceptamos escuchar, la que componemos, la que cantamos o tocamos -solos o con otras personas- debe contribuir a glorificar a Dios.
Hacer algo para la Gloria de Dios significa que deseamos que Él reciba todo el Honor y la Alabanza de nuestra acción y que sea mejor conocido, amado y servido. Por tanto, renunciamos a nuestra propia gloria personal. El mundo de la música, como toda actividad artística, ha sido desviado hacia la glorificación de hombre. Una de las metas -reconocida o no- de los artistas es la de hacerse un nombre. Y Jesús dice, con respecto a esto: «mas, entre vosotros, no será así» (Mt 20, 26). En una oración común o en cualquier celebración litúrgica es inconcebible que músicos o cantores sean protagonistas. La música es ofrecida a Dios igual que las oraciones. No nos reunimos en el nombre del Señor para disfrutar de la música o para apreciar su calidad.
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Hacer música para la Gloria de Dios es contribuir a que Dios sea conocido, tal como verdaderamente es, por el mayor número de personas. Glorificar «el Nombre de Dios» (Jn 17, 18). Es manifestar y hacer reconocer sus cualidades: Su Majestad, Su Gracia, Su Ternura, Su Belleza. La música glorifica a Dios cuando refleja esta cualidades y las evoca en el interior de los oyentes. «una música para la Gloria de Dios -dice Küen- es una música de Paz, en el sentido de Shalom: plenitud, realización, felicidad«.
Pablo, justo después de haber hablado del canto, dice: «y todo lo que hagáis, sea de palabra o de obra, hacedlo en el Nombre del Señor Jesús» (Col 3, 17). Hacer una cosa en el nombre de alguien, es hacerlo tal como él lo habría hecho, representando su personalidad, su naturaleza, hacerlo con su amor y su autoridad.
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En el Antiguo Testamento, los músicos del templo eran levitas sometidos a las mismas obligaciones que sus hermanos. No tenían ningún privilegio ni patrimonio; Dios mismo era su heredad (Num 18,20 – Dt 10, 9). Algo semejante ha de suceder con quienes son llamados a servir al Señor a través de la música y el canto. Un ministerio de música es como un ministerio de intercesión o de predicación: un servicio al Señor en la Comunidad. Significa, de algún modo, una consagración a Dios. La Comunidad -a través de sus responsables- tiene que mantener una exigencia espiritual y de coherencia de vida para todos los que forman parte de un ministerio de música. «Solamente los músicos que viven de una manera ejemplar deberían ser utilizados en la Iglesia«, me dijo una vez alguien con mucha experiencia en el asunto.
Quienes sirven al Señor en este ministerio han de amar más a Dios y a su Palabra que a la música. Deben tener una visión de la música y el canto desde la Palabra de Dios y la tradición de la Iglesia. Han de tener paciencia, equilibrio emocional, capacidad de sometimiento y de trabajo en equipo; entusiasmo y celo, compensados con sensatez y buen humor. En la base de todo esto humildad. Sólo con una vida de oración diaria y de entrega real se puede servir al Señor.
Nos decía Martín Valverde en Brighton:»Tenemos que ayudar a los músicos, no tratándolos como a músicos sino como a personas, como a hijos de Dios antes que músicos. No les viene mal guardar su guitarra en el armario durante un mes. Cuantas veces (¿no les ha pasado?) viene el dirigente y pregunta ¿vino el guitarrista?. No pregunta por la persona, pregunta por el músico. A nadie le preocupa por qué no vino; les preocupa que, si no viene, no va a haber guitarra«.
El guitarrista Lucien Battaglia, uno de los más destacados discípulos de Andrés Segovia, resume así las exigencias de un ministerio musical: «Mantenerse en la humildad, para un artista cristiano, no es más que expresar con sencillez la verdad«. ¿Qué tienes que no hayas recibido?, preguntaba el apóstol Pablo; si lo recibiste, ¿por qué te glorias como si no lo hubieras recibido?.
Me esfuerzo en dar el debido valor al trabajo musical: una preparación lo más completa posible en el marco de mis obligaciones. Habiendo hecho todo lo posible, encomiendo a Dios este trabajo inevitablemente imperfecto, para que Él se digne bendecirlo y hacerlo fructificar. De igual manera, me esfuerzo en superar el miedo y permanecer en paz, orando antes de cada espectáculo, hasta que tengo la certeza de haber obedecido al precepto evangélico: Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios… echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.
Para un artista cristiano no es correcto desear ser exaltado. Guardándonos de todo deseo de vanagloria, nos deshacemos de la principal fuente de temor.
Finalmente, me parece esencial ser transparente delante de Dios, confesando todo pecado que entristezca al Espíritu Santo, y orar para que cada persona del público perciba a través de mí música algo de la belleza, del amor o de la paz del Señor.
Por ello, debo orar para no ser un obstáculo, ya que la vanidad, el orgullo pretendidamente legítimo del artista, es como una mala hierba siempre dispuesta a rebrotar…
La expresión musical no puede estar disociada de su «vector» humano. Tocamos tal como somos, lo que somos; no se pueden hacer trampas. El músico cristiano será, pues, percibido según la verdad de su estado espiritual real.
Esto no implica, a priori, un elevado nivel técnico: los músicos que empiezan, pueden hacer sentir la riqueza de su vida interior, mientras que los grandes virtuosos pueden ofrecer espléndidas conchas nacaradas pero vacías de toda riqueza espiritual —e incluso humana, a veces.
¿Somos siempre conscientes de la majestad de Aquel que nos llama?.
¡Celebrad a Dios con la música. celebradlo!, dice un salmo.
¡Celebrad a nuestro Rey, celebrado porque es el Rey de toda la tierra, porque es Dios!
¡Celebradlo por medio del más bello cántico!
La música es alegría para el alma.
Me gustó leerlos.
Saludos,
Mariana
Gracias.