Enciende tu luz
¡Qué frágil es una vela! Su luz no alcanza para iluminar bien una estancia, ni su cuerpo soporta subidas de temperatura sin comenzar a deshacerse. De aspecto delicado, basta una ligera presión con el dedo para deformarla.
Dice un refrán que «Un grano no hace granero, pero ayuda al compañero«. Pasa así con nuestras humildes velas. Solas son poca cosa, pero cuando están juntas son capaces de dar luz y claridad a una estancia.
La vela es, también, una metáfora del cristiano.
Como la vela, vamos quemando nuestra vida llevando la frágil luz que hemos recibido de nuestro Salvador. Somos portadores del fuego del Espiritu y de la luz del Padre Dios que ilumina nuestra humana realidad.
Como la vela, en solitario podemos poco. Iluminamos mal y cualquier ventisca es capaz de apagarnos. Somos más en grupo que en solitario.
Como la vela, participamos de un mismo fuego. Quizás nuestra llama sea pequeña, pero también ilumina. Quizás a veces se apague, pero al lado tendremos otra vela que nos aportará su fuego. Quizás necesitemos que nos limpien de impurezas, de excesos que van ocultando la llama; y seguro que también ahí estará la mano del Creador en las manos de los compañeros, para limpiarnos y robustecernos.
Como la vela, nos desgastamos y empequeñecemos. Y qué bueno que eso sea así, porque apagados no servimos de nada. Tan sólo cuando nos quemamos podemos ofrecer luz. Sólo si nos gastamos podrá crecer el Reino.
Como la vela, iluminaremos hasta el final. No importa el tiempo que haya pasado, la luz seguirá brotando de nosotros. No importa si somos grandes o pequeños, hermosos o ya tiznados por el hollín: la luz está ahí e ilumina.